Los primeros versos del
Miserere evocan el reconocimiento del pecado. Somos débiles por nuestra propia
naturaleza, y el pecado es consecuencia directa de esa debilidad. Ante esta
situación podemos actuar de dos formas contrapuestas: la primera, negando la existencia
del pecado; somos libres y podemos hacer cuanto queramos. Esta postura conlleva
una pérdida total de conciencia y sensibilidad. La segunda y verdaderamente
importante es el reconocimiento de esta realidad. “ Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado” Somos
pecadores; somos débiles y necesitamos a Dios para seguir adelante. Sentimos
que no podemos separarnos de Él porque nos perderíamos definitivamente. Este
sentimiento es fruto de la Palabra del Padre; de nuestra fe.
El pecado es un
acontecimiento que quiebra nuestra relación con Dios. Es fruto de una falta de
confianza total en Él. Pero el reconocer nuestras faltas supone ya un paso muy
importante para retomar el camino del Evangelio. Refleja humildad ante un Padre
que nos perdona; esperanza en volver a estar en sus brazos y apuesta decidida
de arrepentimiento y conversión. Pedir a Dios perdón es solicitar que derrame
su gracia sobre nosotros; que su Espíritu descienda sobre nosotros y nos ayude
a llevar una vida acorde con el Evangelio.
Esta noche, a la hora
de dormir, hablemos con Dios, sin prisas, sin miedo, con humildad. Reconozcamos
nuestras faltas y pidámosle la gracia de la conversión. Sólo así descansaremos
en sus brazos y seremos realmente bienaventurados.
Rafa Delgado
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