SIN AMOR SOY UNA CADENA A TODO VOLUMEN, PERO NADA MÁS
Hay un texto de san Pablo que se ha
convenido titular Himno del amor. (1 Cor 1-13) El inspirado cantautor
de Cuenca José Luis Perales, le ha puesto música y canta acompañado de su guitarra:
Si me falta el amor, yo no sirvo de nada.
Con motivo de san Valentín, floristas y confiteros se frotan las manos
porque es fecha para seleccionar un nombre de la agenda y enviarle un detalle.
Buena idea, desde luego, pero no sobra una pregunta: ¿A quién hay que amar?
Hay que amar a todos
– ¡faltaría más! –, pero mucha gente no se incluye a sí mismo en ese todos tan universal y anónimo. Las cualidades positivas son razones para
amarme; mis defectos y limitaciones me
invitan a estirar mis posibilidades y no
conformarme con ser un eterno mutilado, alguien que cuelga su vida en el perchero de la vulgaridad.
Herman Hesse, novelista y poeta alemán, escribe: “El hombre no es algo firme, hecho y acabado, nada
único y unívoco, sino algo en proceso de llegar a ser, un experimento, una
intuición y futuro, proyección y nostalgia de la naturaleza hacia nuevas formas
y posibilidades”.
Y el poeta guipuzcoano Gabriel Celaya
habla del necesario inconformismo: “Si algún
día dejamos de buscar y acabamos por no querer sino lo que ya somos, será señal
de que estamos maduros para la muerte…Morimos cuando estamos satisfechos de
nosotros mismos”.
Al final de cada día no hay que
preguntarse ¿quién me ha amado hoy?, sino ¿a quién he amado yo hoy? Y tener
claro que llamar a alguien por teléfono, caminar cogidos de la mano o intercambiar un puñado de caricias y de besos que uno quisiera fueran infinitos, solo es el ensayo de un obstinado ejercicio
de disponibilidad, de ternura, de gratuidad
y de perdón. Algo de eso es el amor. Hay que crear felicidad a nuestro
alrededor para ser felices y hay que regalar mucho para estar lleno.
P. Santiago
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