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EL
AMOR, UN ARTÍCULO DE PRIMERA NECESIDAD
San
Valentín –un santo de dudoso origen y una fiesta probablemente de origen pagano–, han dado pie al Día de los enamorados y Día del amor.
No es fácil decir algo sobre el amor
que no resulte repetitivo o empalagoso. Podemos balbucir unas palabras o
barajarlas como hacemos con los naipes sobre cualquier mesa de la cafetería. Al
final, todo son ingenuas alusiones a una realidad íntima y a la vez imposible
de introducir en el molde del lenguaje.
Por eso la literatura acerca del amor resulta con frecuencia postiza, rebuscada, artificiosa. El amor es
palabra, silencio, gestos…Los límites entre el amor y el egoísmo son tan sutiles que si no hacemos un esfuerzo de transparencia,
podemos cruzar la frontera casi sin
darnos cuenta.
En la Cántica de Jorge de
Montemayor (1520-1561) habla de la oración
para bien amar. El poeta y novelista español de origen
portugués, creador de la novela pastoril,
reza así: “Pues cría en mí, Señor, corazón nuevo, /corazón
limpio, manso y muy humilde, /pacífico, benigno y piadoso, /que al prójimo no
haga mal ni diga, /no vuelva por mal como solía, / mas cumpla rectamente tu precepto”.
La
vieja Europa se ha estirado como el cuerpo de un adolescente pero con un esqueleto espiritual muy frágil. Sufre un cansancio insoportable y el
escalofrío del aislamiento en medio de una muchedumbre anónima. Gustavo Adolfo Bécquer –sevillano de cuna que
vivió y murió en la calle Claudio Coello de Madrid– tiene unos versos titulados Cerraron sus ojos, en los que escribe: ¡Dios mío, qué solos se quedan
los muertos! Hoy habría que añadir: ¡Qué solos se encuentran los vivos!
Si hubiera
que reducir a una frase la carencia mayor de la sociedad y de las personas,
habría que decir escuetamente: falta amor. Para crecer como personas, hay que
ensanchar la capacidad de amar y universalizar ese los demás que, muchas
veces, achicamos excesivamente y construimos así nuestra propia cárcel de
soledad.
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