martes, 14 de febrero de 2012


                                                                25 líneas

EL AMOR, UN ARTÍCULO DE PRIMERA NECESIDAD

San Valentín –un santo de dudoso origen y una fiesta probablemente  de origen pagano–, han dado pie al Día de los enamorados y  Día del amor.
No es fácil decir algo sobre el amor que no resulte repetitivo o empalagoso. Podemos balbucir unas palabras o barajarlas como hacemos con los naipes sobre cualquier mesa de la cafetería. Al final, todo son ingenuas alusiones a una realidad íntima y a la vez imposible de introducir en el molde del lenguaje.  Por eso la literatura acerca del amor resulta con frecuencia  postiza, rebuscada, artificiosa. El amor es palabra, silencio, gestos…Los límites entre el amor y el egoísmo son  tan sutiles que si no hacemos un esfuerzo de transparencia, podemos cruzar la frontera  casi sin darnos cuenta.
En la Cántica de  Jorge de Montemayor (1520-1561) habla de la oración para bien amar. El poeta y novelista español de origen portugués, creador de la novela pastoril,  reza así: Pues cría en mí, Señor, corazón nuevo, /corazón limpio, manso y muy humilde, /pacífico, benigno y piadoso, /que al prójimo no haga mal ni diga, /no vuelva por mal como solía, / mas cumpla rectamente tu precepto.
La vieja Europa se ha estirado como el cuerpo de un adolescente  pero con un esqueleto  espiritual muy frágil.  Sufre un cansancio insoportable y el escalofrío del aislamiento en medio de una muchedumbre anónima.  Gustavo Adolfo Bécquer –sevillano de cuna que vivió y murió en la calle Claudio Coello de Madrid–   tiene unos versos titulados Cerraron sus ojos,  en los que escribe: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! Hoy habría que añadir: ¡Qué solos se encuentran los vivos!
Si hubiera que reducir a una frase la carencia mayor de la sociedad y de las personas, habría que decir escuetamente: falta amor. Para crecer como personas, hay que ensanchar la capacidad de amar y universalizar ese los demás que, muchas veces, achicamos excesivamente y construimos así nuestra propia cárcel de soledad.

P. Santiago 

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