"Pide para ti y para todos, una mente sana, un espíritu sosegado y una vida llena de paz" (San Agustín)
domingo, 22 de abril de 2012
Vivir en el corredor de la vida
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Con frecuencia, tenemos noticia de hombres y mujeres que, por una decisión incomprensible de la justicia humana, se encuentran en el llamado corredor de la muerte. Incapacidad o pereza de los tribunales para arbitrar penas alternativas sin destruir la vida de nadie. Si fuera válido el argumento de la ejemplaridad ya se hubiera solucionado la violencia en el mundo. Que la pena de muerte sea todavía noticia en el tercer milenio de la historia es una vergüenza para una sociedad que presume de progreso. En el corredor de la muerte no cabe la esperanza.
Así han entendido y entienden también hoy algunas personas la vida, como un pasillo inevitable hacia la muerte. Hay otro modo de entender la historia humana Una afirmación fundamental de los creyentes es que estamos instalados en el corredor de la vida. Por eso siempre es posible la esperanza. San Agustín comenta: “Considerar, hermanos, lo que nos prometió el Señor: vida eterna y feliz al mismo tiempo” (Sermón 229 H,3).
La compañía de enfermos en situación terminal es una oportunidad para aproximarnos a montañas de sabiduría. Hombres y mujeres conscientes de haber llegado al límite último de su vida y, al mismo tiempo, derrochando paz por todos los poros de su espíritu. Como si vivieran conectados al gotero de una esperanza inquebrantable. El cuerpo maltrecho y el alma en pie a pesar del dolor, la debilidad y del miedo. Lo describía plásticamente un periodista de Guatemala amenazado de muerte: “Que estoy amenazado de muerte. Hay en la advertencia un error conceptual. Ni yo ni nadie estamos amenazados de muerte. Estamos amenazados de vida, amenazados de esperanza, amenazados de amor...
Estamos equivocados. Los cristianos no estamos amenazados de muerte. Estamos ‘amenazados’ de resurrección. Porque además del Camino y de la Verdad, él es la Vida, aunque esté crucificada en la cumbre del basurero del mundo” (JOSÉ CALDERÓN SALAZAR).
P. Santiago
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