jueves, 19 de abril de 2012

Dios es buena persona


                                                               25 líneas


A algunos no hay quien los convenza de que Dios es buena persona, de que nos ama exageradamente y  nos tiene preparada una felicidad interminable. No nos cabe en la cabeza que Dios sea mejor  que nosotros y vivimos en el miedo y la incertidumbre. Un miedo que sentimos a todas las  horas. Miedo a que la fe sea un engaño,  miedo a que la Iglesia sea una simple hechura humana, miedo a que el fin del mundo nos pille cuando menos lo esperemos.
Lo malo del miedo es que amordaza e  inmoviliza. Cuando el miedo nos domina, estamos derrotados antes de que comience la batalla. Los que tienen miedo pierden la ocasión de vivir. Por eso el primer mensaje de Cristo en la Pascua es aquel que tanto gustaba repetir a Juan Pablo II: “No tengáis miedo”. Dicho de otro modo, espantad vuestros temores, salid de vuestra madriguera donde estáis encerrados, atreveos a vivir con el alma al descubierto. Si alguien nos dice que Dios es el coco no hay que creerle. El Dios de la Biblia, el Dios que conocemos en Jesucristo, es el Dios de la vida y de  la alegría.
Hay un texto impresionante de un pastor luterano alemán: “Para los hombres de hoy hay una gran preocupación: saber morir, morir bien, morir serenamente. Pero saber morir no significa vencer a la muerte. Saber morir es algo que pertenece al campo de las posibilidades humanas, mientras que la victoria sobre la muerte tiene un nombre: resurrección”.
La resurrección es el gran regalo de Dios, el argumento más firme de nuestra alegría, la razón clara para borrar todos los miedos y vivir con el corazón inundado de paz. La seguridad de que Alguien me espera en el más allá es un motivo para sentirme feliz en el aquí y en el ahora. ¡Cuántas cosas cambiarían en el mundo, si todos los cristianos nos atreviéramos a vivir desde la certeza de la resurrección, si viviéramos sintiéndonos resucitados! Tendríamos entonces un mundo menos amargo y derrotista, con gente iluminada constantemente por la esperanza.

P. Santiago

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