jueves, 26 de abril de 2012

¿Qué será de nuestro cuerpo después de la muerte?


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La pregunta no es inútil en una cultura que  contempla y percibe  el cuerpo  como parte de mi yo que me permite la comunicación, el beso y la caricia, carne amada, vaso de ternura, máquina admirable  que trabaja sin sueño ¿Es posible una obra de arte tan perfecta  solo  para unos días?
En la mentalidad judía no se pueden contraponer cuerpo y espíritu. El cuerpo es el hombre entero.  El hombre no tiene cuerpo, es cuerpo. 
San Pablo habla de que estrenaremos un cuerpo espiritual (1 Corintios 15,44). Resulta difícil, naturalmente, cualquier imagen porque los apoyos de la imaginación, en vez de ser una ayuda  pueden convertirse en una dificultad.  Tampoco se trata de  un ejercicio de fantasía.   
Al finalizar la vida aquí en la tierra, el ser humano  deja tras de sí un cadáver  llamado a la descomposición. El proyecto de Dios para el hombre, sin embargo,  es otro muy distinto a la destrucción.  Un excelente poeta extremeño  y creyente convencido  escribe en unos preciosos versos:

“Dios nos dará al entrar en sus dominios
el casco y la coraza de su soplo.
Seremos diferentes, claros, bellos,
Y seguiremos siendo nosotros, sin embargo...
Ea, vamos, mi cuerpo, no tengas más temor;
mi pobre perro triste..."    
(José María Valverde, Elegía del cuerpo)

Si no se viera afectado para nada nuestro cuerpo por la resurrección, parecería que estamos ante una salvación desencarnada y quedase amputada la unidad del ser humano después de la muerte.  Superada toda estrechez y limitación, la vida se ve exaltada hacia lo incorruptible, lo glorioso, lo espiritual (cf. 1 Corintios 15, 42-44).  Más no podemos decir y sólo cabe la humilde espera de la fe hasta que se abran definitivamente nuestros ojos. Porque,  aunque  hablemos del sueño de la muerte,  morir es abrir de par en par los ojos a la luz  y a la vida. Nunca más despiertos.

P. Santiago

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