lunes, 9 de abril de 2012

La Resurrección no borra todas las preguntas


                                                               25 líneas

Miguel de Unamuno  confiesa  en su obra Del sentimiento trágico de la vida: No quiero morirme, no, no, no quiero ni puedo quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que soy y me siento ser ahora y aquí
Cuando nos situamos ante el más allá, el después de la muerte, las preguntas se agrandan y nos desbordan. Hay un enigma tremendo y fascinador: ¿Qué nos espera? Un abismo, un encuentro, la nada... ¿Destino trágico o esperanza cumplida?
El temor a la muerte significa que están en pie un puñado de dudas y manifiesta  el hambre de inmortalidad. Viajamos en el tren del tiempo y es normal que deseemos saber cuál es la estación final de este viaje. El ¿hacia dónde vamos?, es de lo más razonable que a uno se le pueda ocurrir.  Nadie se atreverá a decir que plantear esta cuestión es pura fantasía. 
Aunque  los cristianos podamos contar con una luz prestada –que eso es la fe– llevamos nuestro equipaje de vacilaciones. Creer en la resurrección no es una explicación fácil o  una evasiva ante el futuro desconocido. Los ojos puestos en Dios –destino humano último–, pero las manos en la tierra transformándola. Estamos llamados, por igual, a la esperanza y al trabajo. La vida tiene su cuota de incertidumbre y de pulso con la dificultad. Ahora es tiempo de brega, el salario se recibe al final de la jornada.
Dicen que cuanto más se acercaba a la muerte el genial músico Mozart, la vivía con mayor jovialidad y hasta euforia. Escribió a su padre: La muerte es el verdadero fin-meta de nuestra vida. Por eso hace años que he entablado una amistad tan profunda con esa verdadera y excelente amiga que su imagen no tiene para mí  nada que me pueda amedrentar. Todo lo contrario: me es reconfortante y consoladora”. 

P. Santiago

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