Gracias te doy, Señor,
por ese amanecer de tu luz en mi frente,
por ese sol de lluvia
que hizo brotar en mí el ansia de tu fuego,
por esa nube opaca
en la que me ocultas lo que no era tu gloria,
la gloria de tu herida,
de tus manos abiertas, de tu silencio oscuro.
Gracias por el impulso
que me llevó al camino donde tú me esperabas
y donde derribaste el frágil edificio
en que viví eludiendo mis propias realidades.
Porque has visto en mis ojos la pequeñez del mundo
y la codicia ruin que nos ensucia el pecho
te dignaste venir Tú mismo a redimirme
en el tierno esplendor de un celaje de otoño.
¡Mañana de aquel día! Y tu voz en las voces
que amándote callaban,
en el dulce secreto de las hojas crujientes
en la pena sin gritos de tronco despojado...
Gracias te doy,Señor, por haberme invadido
a pesar de mis dudas y mis obstinaciones;
por ese amanecer de tu luz en mi frente,
porque eres Tú, y mi alma glorifica tu nombre....
[E. de Champourcin]
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