Ningún católico puede vivir de espaldas a Roma. Roma
es lugar donde se veneran los restos del apóstol Pedro, centro de peregrinación
para aquellos que desean encontrarse con la figura del papa y símbolo de la
universalidad de la Iglesia. Roma,
además, es esta semana punto de interés
informativo para los medios de comunicación del mundo entero. El martes
día 12 de marzo se iniciará el cónclave para la elección de un nuevo papa,
sucesor inmediato de Benedicto XVI.
Algunos periodistas se sitúan ante este hecho como
si fuera una noticia comparable a las elecciones que, periódicamente, se
celebran en todos los países democráticos. En este caso, sin embargo, a la
singularidad de que la Iglesia y el papa rebasan las barreras geográficas, hay
que sumar el carácter espiritual del acontecimiento.
El cónclave es un acontecimiento espiritual porque
entre las largas filas de cardenales
vestidos de rojo y envuelto en melodías gregorianas se mueve el Espíritu Santo
que actúa, evidentemente, a través de mediaciones humanas. El Espíritu Santo,
sí, porque la Iglesia no es una multinacional y trasciende los límites de
cualquier organización.
Esta semana hay que fijar la mirada en Roma –en ese
lugar considerado como la síntesis del Renacimiento
italiano donde el genio de Miguel Ángel pintó la bóveda más grandiosa e
inimaginable– y unirnos en un abrazo de
oración para que los cardenales electores elijan al pastor y testigo de
Jesucristo que nos ayude a todos a fortalecer y celebrar la fe. El cardenal
agustino Prosper Grech será el encargado de dirigir la última meditación a los
cardenales antes de cerrarse las puertas de la Capilla Sixtina donde hasta la fecha se han celebrado 24
cónclaves.
P. Santiago
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