sábado, 2 de junio de 2012

El Espíritu de la Biblia


                                                                  25 líneas 


En la primera página de la Biblia (Gn 1, 2), el Espíritu se cierne sobre las aguas como poder fecundante, con un gesto maternal que engendra vida en la creación. Cuando Dios retira su aliento –dice el salmista– los seres mortales expiran y vuelven al polvo (Sal 104, 29). Es el Espíritu de la sabiduría  que todo lo ilumina desde dentro (Sab 7, 22 – 8, 1) y  el Espíritu que suscitó caudillos en Israel y ungió a los profetas con su fuerza.  
Este Espíritu está íntimamente ligado a  Jesús de Nazaret. Jesús es engendrado por obra del Espíritu, vive al soplo del Espíritu y el Espíritu  será el regalo de Jesús a sus discípulos y a su Iglesia.  Es el Espíritu que ha dado vida a toda la historia de la Iglesia a través de más de  dos mil años, a pesar de todas nuestras infidelidades y cansancios, el Espíritu que ha suscitado mártires, santos, personas que han entregado y entregan su vida a la causa del Evangelio. 
Jesús es el modelo de hombre guiado por el Espíritu. Por el Espíritu predica, realiza milagros, reúne discípulos, evangeliza a los pobres como lo había anunciado Isaías (Is 61, 1-2). Este Espíritu le hace ser fiel al Padre y a la humanidad con una entrega total. El Espíritu le sostiene en su enfrentamiento con los fariseos, en su pasión y su cruz. Su grito final en la cruz  personifica el clamor de toda la humanidad a lo largo de la historia. Es un grito de dolor y de soledad,  pero al mismo tiempo  de confianza  porque el Padre llevará a término la obra encomendada. Finalmente, el Espíritu resucita a Jesús de entre los muertos (Rm 8, 11) y le da una vida gloriosa.
Con el eco todavía vivo de la Pascua de Pentecostés, pidamos al Espíritu Santo que borre nuestros miedos y nos infunda sentimientos de libertad y de ternura, aunque la vida nos sorprenda con algún varapalo.

P. Santiago

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