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Si introducimos en una
coctelera el calor pegajoso del incipiente verano, la proximidad de los
exámenes y la torre de apuntes que cada uno tiene sobre la mesa, el resultado
es que, inevitablemente, salta el pánico.
Así es y el estado de
ánimo del estudiante en los primeros días de junio puede ofrecer síntomas de
inestabilidad, irritación, ansiedad…A la dificultad de una asignatura
enrevesada o un temario que nos desborda, podemos sumar nosotros mismos
obstáculos que entorpecen todavía más el camino. Por ejemplo, los pensamientos
negativos que son muy propios de los catastrofistas: "¿Y
si me quedo en blanco?" "¿Y si sale algo que yo no he podido repasar?".
La acumulación de miedos estresantes debilita psicológicamente a las personas y
aumenta la probabilidad de ir al examen con una mente turbada.
También puede jugarnos una mala pasada el perfeccionismo que es una forma de orgullo encubierto y la
negación de que yo –como todos los mortales– pueda equivocarme.
Es necesario saber reaccionar ante los exámenes porque la vida universitaria está sembrada de pruebas
encaminadas a evaluar los conocimientos de los estudiantes. Una buena estrategia es saber utilizar de forma
positiva la aparente incapacidad de dominar una situación. En vez de dejarse
llevar por las aguas bravas del estrés,
dar un enfoque activo y
pensar que es tiempo de organizar
adecuadamente el trabajo, el descanso, la alimentación…Nada se puede descuidar
porque eso que llamamos el equilibrio personal es un cristal muy frágil que
puede romperse en cualquier momento.
Tampoco es superfluo
introducir algún momento de oración. La oración cristiana es relajante, fuente
de paz y refuerzo de confianza. Con una advertencia oportuna: Dios no hará
nunca lo que nosotros no hayamos hecho
previamente. Respeta tanto nuestra libertad como nuestra indolencia.
P. Santiago
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