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Mayo es un mes con olor a azahar. Los atardeceres dejan atrás el oleaje verde de la primavera. El próximo domingo día seis se celebra el DÍA DE LA MADRE. Una madre es alguien en vela permanente para escuchar y acoger, una caricia interminable.
Un día descubrimos que las madres envejecen y también mueren, que su corazón, fábrica de besos, comienza a renquear y que esconde en el bolso unas pastillas que solo ella sabe qué enfermedad intentan atajar. Y su juventud se va deshojando como una flor madura. La carne de ese cuerpo donde hemos vivido nueve meses, presenta la huella de los años, las piernas se llenan de varices y la frente de arrugas. Es inútil el intento de una piel tersa, a pesar de las cremas que descubrimos en el cuarto de baño.
Los hijos crecen, las madres decrecen y mueren. Mueren de ternura y mueren de impaciencia porque querrían conocer a sus nietos y hasta a los tataranietos. Mueren sabiendo que ha merecido la alegría prestar sus entrañas a los hijos y dedicarles tantas horas y tantas noches.
El “Día de la madre” es una invitación a la gratitud hacia la mujer que nos enseñó a hablar, a andar y, probablemente, a rezar. Por el beso fresco de cada mañana, por la ropa limpia y bienoliente, por ese interés en saber “quién te llamó”, o “con quién vas a salir hoy”, por su imaginación para inventarse postres y sorpresas… ¡Gracias!
Tiernas y curiosas, pacientes e intuitivas, habilísimas y zalameras para sacarnos todos los secretos, abogadas de oficio de sus hijos y de sus hijas, encantadoras, cómplices, maravillosas, imprescindibles... Gracias y un millón de besos.
P. Santiago
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