domingo, 13 de mayo de 2012

La necesaria presencia de María en nuestra vida


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Hablar o escribir sobre María se presta a dos extremos distantes. Uno engalanar su figura con el ropaje de unos cuantos adjetivos lujosos, y otro pensar en una historia de María tan normal y tan lógica que se pierda entre las jóvenes nazaretanas de su tiempo. En medio, María humana y elegida por Dios,  original y diferente en la lista completa de historias femeninas. 
María prestó su cuerpo para romper la lejanía de Dios. No fue un instrumento pasivo, sino que colaboró con fe y obediencia libres a la encarnación de Dios, el nacimiento de Jesucristo.  Nadie ha  vivido tan conscientemente la presencia y vecindad de Dios como María, aunque guardara este tesoro en el claustro del corazón.
Sobra ajetreo a nuestro alrededor y nos falta silencio. Charles Peguy habla de la necesidad de “baños de silencio”. Sobre todo silencio interior como para encontrarnos con nosotros mismos. Buscamos el bullicio porque así ahuyentamos preguntas sin resolver que llevamos escondidas debajo de la piel y  necesitarían unos minutos de reflexión sosegada.  
Por el camino de la superficialidad la vida se puede convertir en un aburrido pasatiempo. “No habrá jamás un mañana, a no ser que exista un hoy”, escribe san Agustín. Si nos empeñamos en que el hoy sea gris y tedioso, ¿qué podemos esperar del mañana? Hay algo que debiera golpear nuestra conciencia: ¿No estaremos preparándonos para un mundo inevitablemente duro desde el conformismo y el miedo a  la responsabilidad? 
María es la mujer del compromiso con una misión, de la fortaleza de la fe que suple otras muchas debilidades, del sí resuelto por encima de todas las dudas y de cualquier forma de pereza.  Asomarse a la historia de María según aparece en los relatos evangélicos,  es tanto como encontrar un ejemplo de fidelidad  a Dios sin fisuras, un suplemento de alegría y esperanza, una razón para admitir el asombro y lo inesperado. 


P. Santiago

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