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Hay personas y grupos que han descolocado a María en su vida y en la vida de la Iglesia. La han descolocado y la han desfigurado. El chantaje afectivo del hijo que pretende negociar con la madre las peticiones que, más adelante, va a presentar al padre, también está presente en algunas devociones marianas. Necesitamos depurar la mariología fijando la atención en el Evangelio. Vamos a citar tres pasajes particulares.
MARÍA Y LA ANUNCIACIÓN (Lc 1,26-38). María se encuentra con el misterio de Dios y lo acoge en su vida. Punto tangente entre Dios y la humanidad, “llena de Dios y tan nuestra”. Dios hace pie en esta nuestra tierra, encharcada, a veces, de sangre, a partir del sí de María. Dios se hace presente en la vida de María y comienza su proyecto sin anularla y sin tocar su libertad. Su aceptación provoca el salto al infinito con su cuota de soledad, de dificultad y de duda. Es una certeza desconcertante.
MARÍA Y EL MAGNIFICAT (Lc 1, 46-55). El himno del Magníficat es un documento impresionante del diálogo de Dios con el ser humano. En María la palabra se hace carne y se hace voz. La revolución del Magníficat incluye la presentación de un camino donde se excluyen el odio y la revancha. Es la revolución del amor.
MARÍA Y PENTECOSTÉS (Act 1,14). María adquiere en Pentecostés la plenitud de la maternidad. La Anunciación es el momento en que María es fecundada por el Espíritu, cubierta por su sombra. También podemos contemplar a María como modelo de audacia y de confianza. El Espíritu mueve a María para aceptar una maternidad inesperada y más comprometida que cualquier otra maternidad. El Espíritu fortalece a los apóstoles en Pentecostés y les hace capaces de vencer el miedo para salir a las calles del mundo a proclamar que Jesús nos ama infinitamente.
P. Santiago
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