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Nos gusta montar castillos en el aire y la imaginación, a veces, va por caminos diferentes a la realidad. Hablamos de los niños, por ejemplo, y solo nos fijamos en su aparente despreocupación y esos mofletes como dos mitades de una manzana madura. Pensamos que su vida en un juego ininterrumpido y el mundo un gran balón de colores. Ahora los psiquiatras que estudian los trastornos infantiles– nos advierten que debajo de esa escenificación de felicidad se puede estar ocultando un drama y hasta una tragedia.
Todavía andamos más despistados cuando hablamos de los jóvenes y eso que los sociólogos ponen frecuentemente a nuestro alcance estudios y encuestas. Me decía hace pocos días un joven que veía enferma a la sociedad. Para templar su afirmación, le contesté que una buena parte, por lo menos, sí. Nos falta salud mental, salud ética, salud de espíritu. No tenemos salud mental y acumulamos pensamientos tóxicos porque nos falta reflexión, diálogo, lectura, sentido crítico. Charles Peguy hablaba de la necesidad de “baños de silencio”.
Salud ética para salir de ese desierto de referentes de conducta. Lo único que se nos ocurre a los adultos es lamentar o condenar, como si fuera más necesario y urgente atizar que etizar. Un comportamiento ético exige la práctica de la verdad, la justicia, la responsabilidad y la solidaridad a todas las horas.
Salud de espíritu. La vida es una maratón que fatiga, tensa los músculos y empapa el cuerpo de sudor. Al final, el gran fracaso sería haber corrido un itinerario equivocado, encontrarse con que desconocemos dónde está la meta y ya no hay tiempo para comenzar una nueva carrera. La inquietud del corazón humano tiene una meta exclusiva: Dios.
Aquel maestro de pensadores que fue Miguel de Unamuno decía que hay adultos tan ingenuos que creen van a hacerse entender mejor por sus hijos aún balbucientes, balbuciendo ellos también. Hay pocas cosas tan ridículas como un adulto jugando a ser joven. Tenemos que hablar para conocernos, ayudarnos y crecer juntos. Sin olvidar nunca los datos del DNI.
P. Santiago
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