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Ya sabemos que se trata de algo simbólico –mitad pretexto para el encuentro familiar y mitad reclamo comercial– pero, por si acaso, conviene recordar que hay actitudes, fidelidades y recuerdos que deben ocupar los 365 días del año. Pueden tener su momento celebrativo en una fecha determinada, pero son valores permanentes y en alza. Algo así sucede con la figura de la madre que crece con los años, aunque su cuerpo vaya decreciendo y su rostro se vaya poblando de arrugas. El intento de una piel tersa es inútil a pesar de las cremas que hay en el armario del cuarto de baño.
Las madres están atentas a los calendarios de todas las vacunas aconsejadas por el pediatra cuando somos unos bebés y saben que, de mayores, necesitamos las vacunas de una llamada en tiempos de exámenes, de una sabia pregunta cuando adivinan que nuestro tono de voz es distinto, de tener preparada una sorpresa para la próxima visita. La maternidad es un plus de esa obra de arte de Dios que es el mundo femenino y el resultado son unas mujeres encantadoras, intuitivas, pacientes, cariñosas…que, aunque no hayan pisado la Universidad, son expertas en psicología, hábiles entrevistadoras, expertas en relaciones humanas, enfermeras capaces de calmar cualquier dolor del alma, abogadas de oficio de sus hijos…simplemente maravillosas e imprescindibles.
Y que a nadie se le ocurra decir que solo los niños necesitan a las madres. Es una herejía pedagógica que dejaría al descubierto un corazón de resina o de escayola. No hace mucho tiempo acompañé a la hora de la muerte a una persona con casi ochenta años en su carné de identidad. En su pulso con el dolor, se le escapaba por las costuras del alma la exclamación, ¡Ay mamá!
P. Santiago
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