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En aquel tiempo –un tanto encorsetado y rígido–, los Colegios Mayores permitían respirar el aire limpio de la libertad, expresar la frescura de la utopía, soñar con un mañana diferente. Eran fuente de creatividad y de esperanza. Hoy los colores del paisaje universitario son más tenues y apagados. Hay jóvenes maniatados por el sentimiento de que alguien les ha robado el futuro, que la clase política da pocas muestras de preocupación por los intereses personales y prodiga los gestos de despreocupación por los comunes, que los sueños profesionales pueden estrellarse ante una realidad dura que levanta muros de dificultades ante la búsqueda del primer trabajo.
Yo quisiera reivindicar para los Colegios Mayores la función crítica, propositiva y creadora que tuvieron en otro tiempo. Formarse no es recibir diariamente un chaparrón de conocimientos, sino que es aumentar el grado de inquietud personal, de amor por la vida, de sabiduría sobre uno mismo y sobre la realidad que nos rodea como las paredes de nuestra habitación. Sin olvidar que también es función de los Colegios Mayores ser necesario hospital de campaña para curar con el bálsamo de la amistad las heridas y los contratiempos inesperados que rasgan el alma.
P. Santiago
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