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La
Pascua de 2014 nos invita a hacer memoria de la resurrección de Jesús y nos
trae la noticia –no menos jubilosa– de
la declaración como santos de Angelo Giuseppe Roncalli y Karol Józef Wojtyła Para entendernos
mejor, los papas Juan XXIII y Juan Pablo II. El primero italiano, llamado “el
papa bueno”, cuarto hijo de un total de catorce, del matrimonio formado por
Giovanni Battista Roncalli y Marianna Giulia Mazzolla, que abrió el Concilio
Vaticano II el 11 de octubre de 1962 en la Basílica de San Pedro. El segundo,
de nacionalidad polaca y recordado como uno de los líderes más influyentes del
siglo XX que visitó ciento veintinueve países como sucesor de san Pedro. Santos
de ayer mismo que han dejado marcada su huella personal en la historia de la
Iglesia y del mundo.
Nadie
podrá decir que hablar de los santos obliga a mirar hacia siglos pasados y
perderse por el bosque de la historia. Tampoco hay que sacar la conclusión de
que ser papa es una condición para ser santo. Hay santos de todos los oficios, todas las culturas, todos los sexos y todas
las edades. Atletas como Juan Pablo II –experto alpinista y esquiador– y poco
amigos del deporte como Juan XXIII. Los dos adoptaron el nombre de Juan que, si
nos fijamos en Juan el Bautista, es el pregonero que anuncia la llegada de
Jesús y confiesa no ser digno de desatarle la correa de sus sandalias. Siempre
he pensado que los santos son como los cristales de una vidriera. Cada uno
tiene su color pero tienen en común una misma misión: dejar que pase
limpiamente la luz. Con la llegada de Juan XXIII y Juan Pablo II a la cima de
los santos, la Iglesia y la humanidad entera se sienten más iluminadas.
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