miércoles, 29 de mayo de 2013

Cristianos tristes y desanimados

                                                                   25 líneas

En su Eucaristía diaria en la capilla de la Residencia Santa Marta donde vive, el papa Francisco acaba de advertir que hay muchos cristianos tristes y desanimados. Andamos escasos de alegría y de esperanza, sin duda. Unas veces por el cerco de noticias trágicas que nos rodean –violencia de género, atentados, un ventarrón que reduce las edificaciones de un poblado entero de USA a un montón de escombros…–  y otras por sentirnos afectados por un estado de malestar interior que no nos atreveríamos a definir. El resultado es una situación crónica de  insatisfacción que, a veces, roza con la melancolía. Alguien me decía que si las paredes de las habitaciones fueran transparentes, veríamos que hay muchas personas que lloran en solitario.
¿Por qué ser felices es tan extraordinario? ¿Por qué, en ocasiones, parece que nos falta el aire para respirar? ¿Por qué ese empacho de preocupaciones y problemas que  nos asfixia?
Confiamos excesivamente en que la felicidad nos venga de fuera y esperamos que se crucen no sé qué circunstancias para poder saltar de alegría. Algo semejante a quien tiene  en la mano el boleto de uno de esos sorteos con un bote millonario de premio y busca  impaciente su número entre los premiados.
No es así y  la felicidad, el gozo y la paz del corazón residen dentro de uno mismo. Es una tarea diaria, una labranza que hay que cuidar, un quehacer ininterrumpido.
Es verdad la advertencia del papa Francisco: hay demasiada gente triste y desanimada. No es fácil  justificar que vivan así los hombres y mujeres que han recibido el regalo de la fe. Creer es sentirse acompañado, escuchado, comprendido, perdonado por un Dios que es fuente de  vida y de esperanza.

P. Santiago

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