miércoles, 1 de mayo de 2013

Mayo, madre, María


                                                                 25 líneas

La M de mayo, de madre y de María, llena los ojos de luz y remueve la arquitectura del corazón. Mayo –como Sevilla– tiene un color especial. La primavera ya ha madurado, los días se despiden con el color rojo de la sangre nueva de la naturaleza cada día más poblada de mariposas, los parques, al atardecer, son un concierto de trinos.
Mayo también es madre, la palabra que, con caligrafía infantil escribimos un día en el colegio sobre un folio con un dibujo coloreado. Nacimos, crecimos y nos movimos nueve meses por los secretos rincones de las entrañas de nuestra madre. Conocimos que las madres son aterciopeladas por dentro  y por eso acarician desde el primer día de nuestra existencia. Nueve meses cuerpo a cuerpo y alama a alma, hacen que los ojos de las madres lleguen donde no alcanzan los Rayos X ni el escáner más penetrante. Las madres presienten, adivinan, intuyen, aciertan siempre.
Y mayo es María, bendición de Dios sobre el mundo, celda del Espíritu, mar inagotable de esperanza. Es la madre que no envejece ni pierde la cabeza y mucho menos el corazón. La madre que nos espera para hablar todas las noches después de haber recorrido otro día. Hay veces que nos sentimos como el niño que ha roto su juguete preferido o como eternos adolescentes que se miran al espejo,  preocupados por unos granillos en la cara que no hay manera de que desaparezcan.
María –como todas las madres– es manirrota  en amar, encaprichada en consolar, especialista en sentarse a la cabecera de nuestra cama cuando tropezamos con el misterio de dolor, de la soledad o de la incomprensión. Dicen las madres que los hijos crecemos demasiados deprisa y están deseando bajarse del regazo y corretear sin descanso. Hasta que tropezamos, nos golpeamos con una esquina y volvemos a buscar el abrazo caliente de la madre que lo arregla todo con una galleta o un  par de besos sonoros.
Además de tiempo para  preparar exámenes, mayo es mes para  volver a María.

P. Santiago

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