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El tiempo va recortando días al curso, de modo que ya
estamos apurando las últimas fechas del
calendario académico. No es que corran los días ocupados por las clases o las
horas de biblioteca, es la maquinaria imparable de la existencia humana, la
vida que implica ganar y perder, abrazar y despedir, disfrutar y sufrir.
Si hay algo que de verdad importa, es sentirse uno cada día
protagonista de una historia que se va tejiendo con un argumento irrepetible. Concluye un capítulo más entre
la satisfacción de un puñado de tareas realizadas y el posible mal sabor de
haber tirado por la borda demasiadas
posibilidades. Aunque suene a título de programa radiofónico de RNE, “nunca es
tarde” o, lo que es lo mismo, los errores también pueden ayudarnos a construir
el futuro. En vez de buscar falsas razones para justificarlo todo, hay que
atreverse a ser juzgados por la verdad que es como un bisturí que deja al
descubierto nuestros comportamientos más ocultos. Solo así se pueden sanar
actitudes erróneas que están frenando un cambio de mentalidad o un estilo de
trabajo que es fuente de fracasos.
El mayor error es permanecer en el error y la herida más
grave es la que afecta a la ilusión y la constancia, porque es tanto como
aceptar pasivamente la derrota y acostumbrarse a la mediocridad crónica. En
definitiva, se trata de acostumbrarnos a la autocrítica constructiva, hacer diariamente el análisis de la propia
vida y transitar por los pasillos de la sinceridad sin tropezar en los obstáculos
que nosotros mismos colocamos.
P. Santiago
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