sábado, 23 de junio de 2012

¡Hasta Octubre, amigos!


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Después de nueve largos meses de viaje, llegamos a un área de descanso: las vacaciones. Se detiene por un tiempo la máquina de horarios, clases y exámenes, y cada uno  va a moverse en un amplio espacio de libertad. Con el mar o la montaña de fondo y sin la amenaza del sonido del despertador cuando uno se encuentra en el regazo del sueño.
Sobran mil razones para el elogio de las vacaciones, y otras tantas para advertir que el tiempo libre sin un mínimo de creatividad, puede encerrarnos en la cárcel triste y gris del aburrimiento. Ramón Gómez de la Serna escribía en una de sus ingeniosas greguerías que “el aburrimiento es besar a la muerte”. Bienvenidas sean las vacaciones con su carrusel alegre y  el reencuentro gozoso con un mosaico multicolor de personas, de actividades y de paisajes queridos.
Las vacaciones son el cuarto trimestre del curso que no se puede malgastar entre la arena de la playa y las horas interminables de sofá. Distanciarse del trabajo  es saludable, pero  la agenda de las vacaciones no puede tener las hojas en blanco: Descansar, convivir, leer, despertar aficiones dormidas, viajar, hacer deporte, disfrutar de la compañía amiga de la naturaleza…Todo menos pensar que vacaciones es sinónimo de zarabanda ininterrumpida,  trasnochar diariamente  y olvidar una asignatura importante del verano: la convivencia familiar. Corrigiendo a Machado, se hace familia al amar. El amor es siempre nuestra asignatura pendiente y multiplicar los besos a la madre, al padre y a los hermanos  no es ejercer de sensible. 
La página de pastoral del CMUSA se cierra por una temporada. En octubre volveremos a nuestra cita con los amigos y amigas que abren esta ventana para asomarse a este rincón de fe y esperanza. No sé si en octubre estaremos más morenos, pero, por lo menos, intentaremos regresar con los ojos llenos de puestas de sol, de estrellas traviesas correteando por la noche  y  con unos ahorrillos de ilusión para que el curso próximo la vida continúe siendo una bella aventura compartida con Dios y con los demás. ¡Felices vacaciones a todos!

P. Santiago

martes, 12 de junio de 2012

Paz interior en tiempos de exámenes


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Si introducimos en una coctelera el calor pegajoso del incipiente verano, la proximidad de los exámenes y la torre de apuntes que cada uno tiene sobre la mesa, el resultado es que, inevitablemente, salta el pánico.
Así es y el estado de ánimo del estudiante en los primeros días de junio puede ofrecer síntomas de inestabilidad, irritación, ansiedad…A la dificultad de una asignatura enrevesada o un temario que nos desborda, podemos sumar nosotros mismos obstáculos que entorpecen todavía más el camino. Por ejemplo, los pensamientos negativos que son muy propios de los catastrofistas: "¿Y si me quedo en blanco?" "¿Y si sale algo que yo no he podido repasar?". La acumulación de miedos estresantes debilita psicológicamente a las personas y aumenta la probabilidad de ir al examen con una mente turbada.
También puede jugarnos una mala pasada el perfeccionismo que  es una forma de orgullo encubierto y la negación de que yo –como todos los mortales– pueda equivocarme.
Es necesario saber reaccionar ante los exámenes porque la vida  universitaria está sembrada de pruebas encaminadas a evaluar los conocimientos de los estudiantes.  Una buena estrategia es saber utilizar de forma positiva la aparente incapacidad de dominar una situación. En vez de dejarse llevar por las aguas bravas del estrés,  dar un enfoque activo  y pensar  que es tiempo de organizar adecuadamente el trabajo, el descanso, la alimentación…Nada se puede descuidar porque eso que llamamos el equilibrio personal es un cristal muy frágil que puede romperse en cualquier momento.
Tampoco es superfluo introducir algún momento de oración. La oración cristiana es relajante, fuente de paz y refuerzo de confianza. Con una advertencia oportuna: Dios no hará nunca  lo que nosotros no hayamos hecho previamente. Respeta tanto nuestra libertad como nuestra indolencia.

P. Santiago

domingo, 10 de junio de 2012

Alma de Cristo

Alma de Cristo, santifícame. 
Cuerpo de Cristo, sálvame. 
Sangre de Cristo, embriágame. 
Agua del costado de Cristo, lávame. 
Pasión de Cristo, confórtame. 
¡Oh, buen Jesús!, óyeme. 
Dentro de tus llagas, escóndeme. 
No permitas que me aparte de Ti. 
Del maligno enemigo, defiéndeme. 
En la hora de mi muerte, llámame. 
Y mándame ir a Ti. 
Para que con tus santos te alabe. 
Por los siglos de los siglos. 
Amén

Fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo


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El 10 de junio se celebra la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo o fiesta del Corpus Christi. Fiesta eucarística de hondas raíces populares  que tiene su presencia en la calle con procesiones llenas de arte, colorido, belleza u devoción. Podíamos pensar  en esos recorridos de los equipos deportivos cuando consiguen la victoria de un torneo. El paseo por las arterias urbanas tiene como finalidad recibir el homenaje  de los ciudadanos que se identifican con los colores y el escudo de una elástica.  
La comparación es inapropiada –como todas– e insuficiente, porque el Cuerpo de  Jesucristo cruza nuestras calles para recibir la veneración del pueblo, pero es, al mismo tiempo, un signo de cercanía y  de entrega  a la humanidad. Jesús se ofrece como comida para el camino de la vida: “Tomad y comed mi cuerpo, tomad y bebed mi sangre, entregados por vosotros”.
La fiesta del Corpus Christi puede ayudarnos a refrescar la fecha de nuestra Primera Comunión. La mía sin vídeos y más libre de acosos publicitarios, las actuales acompañadas, en muchos casos, de consolas, móviles y otros regalos a cada cual más sorprendente.
No hay que desterrar la memoria fotográfica y familiar  de la Primera Comunión. Lo que me parece rozar la frivolidad –hasta casi la blasfemia– es que de aquel acontecimiento infantil solo se conserve un álbum y el recuerdo lejano de un banquete  en el que no faltó el plato del aburrimiento mientras los adultos hablaban sin descanso  de sus cosas.
¿Qué conservamos en nuestro corazón  de la inocencia y la alegría de aquella fecha? ¿También hoy nos sentimos infinitamente felices porque podemos sentarnos como comensales a la mesa del Cuerpo de Cristo?

P. Santiago

lunes, 4 de junio de 2012

La Ciencia se pregunta por la espiritualidad

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Parece que algunos científicos verificaron que cuando se abordan temas religiosos o valores que se refieren al sentido profundo de las cosas, se producen oscilaciones neurales procedentes de una zona localizada en los lóbulos temporales de nuestro cerebro. Esta conjetura  llevó a neurobiólogos de prestigio  –Michael Persinger, Vilayanur Ramachandr…– a bautizar esta región anatómica como el "punto Dios". La más reciente y controvertida hipótesis sobre el tema llega de la mano del microbiólogo Dean Hamer, que, según él, ha identificado el "gen de Dios", título que precisamente ha dado a la obra donde desarrolla esta tesis.
En los últimos tiempos no dejan de aparecer novedades editoriales que subrayan la existencia y las virtudes de esta capacidad. Un ejemplo es El poder de la inteligencia espiritual, de Tony Buzan, asesor de ejecutivos, jefes de estado y atletas famosos. Una obra convertida en superventas que pretende explorar la naturaleza de la espiritualidad. En ella asegura cómo desarrollando este tipo de inteligencia podemos relacionarnos más profundamente con lo que nos rodean, desarrollar una actitud compasiva, descubrir formas de rejuvenecer el alma y aumentar la energía.
Otro experto en conducta humana, Oriol Pujol Borotau, asegura que el desarrollo de la inteligencia espiritual puede servir de bálsamo a muchos de los males profesionales. Utilizando una modalidad de meditación ayuda a que la gente de empresa que acude a sus cursos aprenda a despertar la inteligencia espiritual para liberar tensiones, motivar a sus empleados y hasta sanar el cuerpo.
Distintos intentos por parte de la ciencia para aproximarse al núcleo más personal. La espiritualidad no es alienación, sino situarse en el centro  específicamente humano de nuestra existencia.

P Santiago

sábado, 2 de junio de 2012

La necesidad de acoger al Espíritu y vivir según el Espíritu


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Jesucristo, el Señor, derrama sobre sus fieles el Espíritu, pero hay que saber recibirlo, acogerlo.  La oración es un momento privilegiado para abrirse al Espíritu, rastrear su presencia y recibir sus dones. La oración es deseo, clamor desde lo profundo, grito del corazón. Por la fe accedemos a la oración y nos abrimos al Espíritu. El Espíritu es don y hay que pedirlo con insistencia. La misma oración es don del Espíritu (Rm 8, 27).
También recibimos al Espíritu en los sacramentos.  Espíritu de comunión con Jesús y con la Iglesia en la eucaristía, Espíritu del perdón y la misericordia en  la reconciliación, Espíritu de fortaleza en la confirmación…
Acogemos al Espíritu en la relación fraterna y comunitaria  porque es Espíritu de fraternidad.  También acogemos al Espíritu cuando leemos con esperanza los acontecimientos diarios, cuando somos capaces de percibir todo lo bueno que hay en el mundo, todos los gestos de los hombres y mujeres de buena voluntad, toda esa vena oculta de generosidad y hasta heroísmo   que atraviesa el mundo como un manantial profundo y que brota de forma intermitente e inesperada.
En 1968, el Patriarca Ignacio IV de Antioquia   pronunció en Uppsala unas palabras programáticas: “Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos, Cristo permanece en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es una pura organización, la misión es propaganda, la liturgia es simple recuerdo y la vida cristiana es una moral de esclavos. Pero en el Espíritu,  el cosmos es liberado y gime en el alumbramiento del Reino, el hombre lucha contra la carne, Cristo resucitado está aquí, el evangelio es una fuerza vivificadora, la Iglesia significa la comunión trinitaria, la autoridad es un Pentecostés, la liturgia es memorial y anticipación, y la acción humana es divinizada”. 

P. Santiago

Pensamientos de San Agustín

Estrecha es mi casa, Señor: ensánchala.
Está en ruinas; repárala.
Hay cosas en ella que ofenden a los ojos;
lo confieso y lo sé
Pero, ¿quién sino tú, Señor
puedes raer hasta mis manchas más ocultas?

Tú sabes, Señor que creo en ti.
Tú sabes, Señor,
que te he confesado todos mis pecados
y tú los has olvidado ante ti y ante mí.

Tú sabes, Señor, que si subsisto ante ti
es porque tú me sostienes y oras por mí.

Tú sabes, Señor, que si subsisto ante mí,
es porque tú también me sostienes
y oras para que yo pueda orar.

No voy a pleitear contigo,
porque si llevas cuenta de los delitos,
¿quién podrá resistir?

(Confesiones I, 5,6)

Civitas Dei 2012


El Espíritu de la Biblia


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En la primera página de la Biblia (Gn 1, 2), el Espíritu se cierne sobre las aguas como poder fecundante, con un gesto maternal que engendra vida en la creación. Cuando Dios retira su aliento –dice el salmista– los seres mortales expiran y vuelven al polvo (Sal 104, 29). Es el Espíritu de la sabiduría  que todo lo ilumina desde dentro (Sab 7, 22 – 8, 1) y  el Espíritu que suscitó caudillos en Israel y ungió a los profetas con su fuerza.  
Este Espíritu está íntimamente ligado a  Jesús de Nazaret. Jesús es engendrado por obra del Espíritu, vive al soplo del Espíritu y el Espíritu  será el regalo de Jesús a sus discípulos y a su Iglesia.  Es el Espíritu que ha dado vida a toda la historia de la Iglesia a través de más de  dos mil años, a pesar de todas nuestras infidelidades y cansancios, el Espíritu que ha suscitado mártires, santos, personas que han entregado y entregan su vida a la causa del Evangelio. 
Jesús es el modelo de hombre guiado por el Espíritu. Por el Espíritu predica, realiza milagros, reúne discípulos, evangeliza a los pobres como lo había anunciado Isaías (Is 61, 1-2). Este Espíritu le hace ser fiel al Padre y a la humanidad con una entrega total. El Espíritu le sostiene en su enfrentamiento con los fariseos, en su pasión y su cruz. Su grito final en la cruz  personifica el clamor de toda la humanidad a lo largo de la historia. Es un grito de dolor y de soledad,  pero al mismo tiempo  de confianza  porque el Padre llevará a término la obra encomendada. Finalmente, el Espíritu resucita a Jesús de entre los muertos (Rm 8, 11) y le da una vida gloriosa.
Con el eco todavía vivo de la Pascua de Pentecostés, pidamos al Espíritu Santo que borre nuestros miedos y nos infunda sentimientos de libertad y de ternura, aunque la vida nos sorprenda con algún varapalo.

P. Santiago