viernes, 30 de mayo de 2014

Tenemos que hablar

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Nos gusta montar castillos en el aire y la imaginación, a veces, va por caminos diferentes a la realidad. Hablamos de los niños, por ejemplo, y solo nos fijamos en su aparente despreocupación y esos mofletes como dos mitades de una manzana madura. Pensamos que su vida en un juego ininterrumpido y el mundo un gran balón de colores. Ahora los psiquiatras que estudian los trastornos infantiles– nos advierten que debajo de esa escenificación de felicidad se puede estar ocultando un drama y hasta una tragedia.
Todavía andamos más despistados cuando hablamos de los jóvenes y eso que los sociólogos ponen frecuentemente a nuestro alcance  estudios y encuestas. Me decía hace pocos días un joven  que veía enferma a la sociedad. Para templar su afirmación, le contesté que una buena parte, por lo menos, sí. Nos falta salud mental, salud ética, salud de espíritu. No tenemos salud mental y acumulamos pensamientos tóxicos porque nos falta reflexión, diálogo, lectura, sentido crítico. Charles Peguy hablaba de la necesidad de “baños de silencio”.
Salud ética para salir de ese desierto de  referentes de conducta. Lo único que se nos ocurre a los adultos es lamentar o condenar, como si fuera más necesario y urgente atizar que etizar. Un comportamiento ético exige la práctica de la verdad, la justicia,  la responsabilidad y la solidaridad a  todas las horas.
Salud de espíritu. La vida es una maratón que fatiga, tensa los músculos y empapa el cuerpo de sudor. Al final, el gran fracaso sería haber corrido un itinerario equivocado, encontrarse con que desconocemos dónde está la meta y ya no hay tiempo para comenzar una nueva carrera. La inquietud del corazón humano tiene una meta exclusiva: Dios.
Aquel maestro de pensadores que fue Miguel de Unamuno decía que hay adultos tan ingenuos que creen van a hacerse entender mejor por sus hijos aún balbucientes, balbuciendo ellos también. Hay pocas cosas tan ridículas como un adulto jugando a ser joven. Tenemos que hablar para conocernos, ayudarnos y crecer juntos. Sin olvidar nunca los datos del DNI.

P. Santiago

sábado, 24 de mayo de 2014

La primavera, escaparate de la belleza de la naturaleza

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Da gusto cruzar el Parque del Oeste y entristece cuando sobre  la hierba verde se extiende una capa de papeles y de bolsas de plástico. Estamos profanando el medio ambiente, envenenándolo. ¿Queremos una tierra viva o una tierra muerta? La tierra no será viva sin flores, sin pájaros, sin agua transparente…Tierra que debemos cruzar con pies de algodón porque nos recibirá un día en su regazo y guardará nuestro cuerpo muerto hasta su resurrección.
Dios tuvo el ingenio creativo de crear y en un gesto de audacia, quiso que el ser humano fuera colaborador de la creación. Por eso no se puede maltratar la naturaleza. Creados para la vida que no termina, no podemos destruir nada. El egoísmo no tiene grandeza. ¡Qué pobre es quien juzga que el mundo comienza y termina en él!
Dicen que el corazón humano tiene el tamaño de un puño cerrado y hay hombres que no abren nunca su corazón. Vamos a soñar con esa tierra y esa humanidad que Dios soñó. Hombres vivo en una tierra también viva. Todas las bombas son sacrílegas porque matan la vida. Nunca podemos ser anticreadores. La naturaleza sufre nuestra violencia cuando la manchamos de papeles o de sangre. Un parque abandonado o unas flores cortadas despiertan en  el alma un llanto funeral.
Es primavera, reestreno de una vida naciente y multicolor. La luz y el sol, amigos y compañeros, se sientan más tiempo a nuestra mesa y los árboles nos regalan su fronda olorosa. ¿Nos vamos a perder tan hermoso espectáculo? ¿Alguien se atreverá a manchar el decorado de la primavera o a caminar de espaldas a las rosas, las caléndulas, los tulipanes, la humilde flor de azahar?

P. Santiago

domingo, 18 de mayo de 2014

Que la alegría de la Pascua sea inextinguible

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Hubo un tiempo en el que los pueblos organizaban su vida alrededor de las iglesias y el volteo de las campanas anunciaba siempre acontecimientos extraordinarios. Así, cuando llegaba la Pascua, el bronce tañía con fuerza invitando a la alegría.
Hoy la megafonía y las quejas de los vecinos más próximos han hecho enmudecer a muchas campanas. Puede ser un signo de que la alegría es más cara y más extraña actualmente. La expresión  “alegre como unas Pascuas” va desapareciendo de nuestro vocabulario. Entre malhumorada e impotente, la gente dice “no estamos para fiestas”. Como si la alegría fuera un pecado, un signo de superficialidad, ganas de meterle a uno el dedo en el ojo con la que está cayendo.
Hay una evidente carencia de alegría y una sobredosis de malhumor y hasta de amargura. Por eso, celebrada la Pascua, hay quienes se encogen de hombros, piensan que la alegría es una nota menor en el pentagrama de la vida y siguen sumidos en el desencanto.
La Pascua es noticia y realidad suficientes para plantar en el centro de nuestra vida el mástil de la alegría, la paz y la esperanza. Vivir la Pascua es apuntarse a vivir resucitados. Si la resurrección de Jesús pasa inadvertida junto a nosotros, es que nuestra fe está debilitada por falsas seguridades que nos hacen confiar en otra fuerza que la nacida de la cruz. La Vida es mucho más que esta vida y el Amor es más limpio que nuestros amores casi siempre contaminados.
Un universitario comentaba la necesidad de “montar en la vida algo que no se caiga”. Aunque el lenguaje no sea muy teológico, me parece un proyecto muy serio y  lúcido que bien puede unirse a la alegría de la fe y de la confianza, frente a la tristeza de un corazón individualista carcomido por el egoísmo.

P. Santiago

miércoles, 14 de mayo de 2014

Pensamiento de San Agustín

La alegría de la Pascua 

“Aunque el espíritu está pronto, como la carne es débil, no debo entreteneros mucho en el sermón después del cansancio de la noche pasada; pero unas palabras sí debo decíroslas. Estos días que siguen a la pasión de nuestro Señor, y en los que cantamos el Aleluya a Dios, son para nosotros días de fiesta y alegría y se prolongan hasta Pentecostés, fecha en que fue enviado del cielo el Espíritu Santo que había sido prometido. De estos días, los siete u ocho en que nos encontramos se dedican a los sacramentos que han recibido los recién nacidos”

(Sermón 228, 1)

domingo, 11 de mayo de 2014

Pablo VI, futuro beato


Tras la reciente canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, el Papa Francisco ha promulgado el Decreto que reconoce un milagro por intercesión del Venerable Siervo de Dios Pablo VI. De igual forma, autorizó al Dicasterio a comunicar que el rito de beatificación del Papa Pablo VI será en el Vaticano, el 19 de octubre de 2014.


María, la mujer, la madre y la creyente

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 Con María la madre de Jesús, no hemos sido muy serios o, mejor, la hemos tratado de manera desigual. Unos han querido ver en ella una mujer lejana y distinta que nunca se manchó las manos en la cocina. Otros han tomado demasiada cerrada la curva de su humanidad y ven en ella una nazaretana más que los católicos hemos encumbrado desmesuradamente. Ambos quedan muy lejos de esa María total –mujer, creyente y Madre de Dios– que con una confianza sin límites  va asumiendo la misión confiada.
Primero, el misterio inesperado  de su maternidad que hasta los teólogos más sabios necesitan páginas y páginas para explicar. Quizá demasiadas porque bastaría decir que cuando el ser humano se llena de Dios su vida se torna fecunda.
Después, acompañando a Jesús en su niñez y juventud, su proceso de crecimiento que es, para cualquier madre, un itinerario de alegría, de miedo y de esperanza.
Finalmente –cuando podía estar María a punto de cruzar los cincuenta años– llega el capítulo decisivo de la vida de Jesús y de su vida. Para una madre es más fácil enfrentarse con la propia vida que con la vida de un hijo. Y en esa hora –que fue la hora de la verdad– recibe María a todos los hombres como hijos: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26). La madre de Jesús ensancha su maternidad y recibe el título de Madre de la humanidad entera. Después, cada pueblo y cada ciudad han regalado a María mil títulos y nombres diferentes para acercarla todo lo posible a ese puñado de tierra en el que nos movemos. Se han levantado santuarios, sencillas ermitas, en las iglesias siempre hay un altar con una imagen mariana…Es el intento de tener cerca una cuadro o una talla de María, una  fotografía de la Madre para cruzar nuestros ojos con los suyos y sentir su caricia maternal.

P. Santiago

domingo, 4 de mayo de 2014

¿Solo se merece un día la madre?

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Ya sabemos que se trata de algo simbólico –mitad pretexto para el encuentro familiar y mitad reclamo comercial– pero, por si acaso, conviene recordar que hay  actitudes, fidelidades y recuerdos que deben ocupar los 365 días del año. Pueden tener su momento celebrativo en una fecha determinada, pero son valores permanentes y en alza. Algo así sucede con la figura de la madre que crece con los años, aunque su cuerpo vaya decreciendo y su rostro se vaya poblando de arrugas. El intento de una piel tersa es inútil a pesar de las cremas que hay en el armario del cuarto de baño.
Las madres están atentas a los calendarios de todas las vacunas aconsejadas por el pediatra cuando somos unos bebés y saben que, de mayores, necesitamos las vacunas de una llamada en tiempos de exámenes, de una sabia pregunta cuando adivinan que nuestro tono de voz es distinto, de tener preparada una sorpresa para la próxima visita. La maternidad es un plus de esa obra de arte de  Dios que es el mundo femenino y el resultado son unas mujeres encantadoras, intuitivas, pacientes, cariñosas…que, aunque no hayan pisado la Universidad, son expertas en psicología, hábiles entrevistadoras, expertas en relaciones humanas, enfermeras capaces de calmar cualquier dolor del alma, abogadas de oficio de sus hijos…simplemente maravillosas e imprescindibles.
Y que a nadie se le ocurra decir que solo los niños necesitan a las madres. Es una herejía pedagógica que dejaría al descubierto un corazón de resina o de escayola. No hace mucho tiempo acompañé a la hora de la muerte a una persona con casi ochenta años en su carné de identidad. En su pulso con el dolor, se le escapaba por las costuras del alma la exclamación, ¡Ay mamá!

P. Santiago