martes, 5 de febrero de 2013

las lecciones de la crisis


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Hay hechos y situaciones indeseables que ocasionan una larga lista de víctimas. Nadie ignora el paro o la precariedad económica que asfixia hoy a tantas personas y familias. Es el lado agresivo y preocupante  de la crisis que emplaza a todos a la solidaridad y el compartir.
También hay noticias periodísticas  que rayan en lo estrambótico y la falta de sentido. “Una familia gallega se gasta en percebes e ibéricos la ayuda social”. Los concejales de un pueblo de La Coruña donaron 14.000 euros a un grupo de familias necesitadas de su municipio. No entregaron dinero en metálico, sino unos vales canjeables por alimentos básicos y también existía la posibilidad de pagar facturas pendientes de luz, agua o cubrir algunas necesidades urgentes. Saltó la sorpresa cuando los comerciantes acudieron a la administración local para cobrar los vales y una de las familias favorecidas había invertido la cantidad recibida en dos lotes de percebes, jamón ibérico, lomo embuchado,  langostinos, productos de perfumería…
Seguro que otras familias hicieron un uso mucho más sensato de la ayuda recibida y una anécdota, un desvarío gastronómico, no se puede elevar a la categoría de generalización. Hay que aprender, sin embargo, las lecciones de la crisis, admitir una forma de vida más juiciosa y sencilla  –que hasta puede ser más sana–  y apearse del capricho y el despilfarro.
Reconstruir el llamado estado de bienestar ya no significará jamás volver a tiempos pasados que nos llevaron a soñar con un mundo de fantasía. El siglo XXI –que es tanto como decir nuestro tiempo– impone un necesario realismo, una mayor austeridad   y el olvido de lo superfluo. Hay que darle la razón a san Agustín cuando advertía que  “es mejor necesitar menos que tener más” (Regla, III).

P. Santiago

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