martes, 12 de febrero de 2013

Una noticia inesperada y ejemplar


Benedicto XVI  ha tomado la decisión de renunciar  a su ministerio como papa. Lo anunció, inesperadamente, el pasado 11 de febrero a las 12,30 del mediodía. Un gesto de lucidez y honestidad, propio del la sabio  que acepta de forma realista   las limitaciones de su edad.  El mundo actual –sometido a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la Iglesia– necesita al timón  hombres en los que se aúnen la fortaleza física y el vigor espiritual. La salud física de Joseph  Ratzinger nunca fue de hierro y, últimamente se  veía mermada notoriamente.
Con palabras escuetas, confesaba el papa su debilidad y manifestaba su agradecimiento a sus colaboradores más cercanos: “Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos”.
El papa sabio y  sencillo, de voz persuasiva y porte  tímido, libre ante Dios y ante los hombres, se retira para ocupar  sus días a la oración y el estudio. Deja un ejemplo elocuente de fe y humildad, una estela de lucidez intelectual extraordinaria, un magisterio de gran riqueza doctrinal y  una resolución valiente ante problemas que exigían actuaciones firmes.
Se va, también, el papa enamorado de san Agustín: “Cuando leo los escritos de san Agustín no tengo la impresión de que se trate de un hombre que murió hace más o menos mil seiscientos años, sino que lo siento como un hombre de hoy: un amigo, un contemporáneo que me habla, que nos habla con su fe lozana y actual”. (Audiencia general del 16 de enero de 2008).
En otra ocasión no dudó en decir que para él, san Agustín siempre había sido “un buen «compañero de viaje» en mi vida y en mi ministerio” (Castelgandolfo, 25 de agosto de 2010).

P. Santiago

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