"Limpiemos
el corazón por la fe y preparémonos, por decirlo así, para aquella inefable e
invisible visión: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios. Ciertamente, el Hijo es
invisible en la forma de Dios, por la cual es igual al Padre; pero para hacerse
visible a los hombres tomó la forma de siervo, y, hecho semejante a los
hombres, se hizo visible. Se había ya mostrado a los ojos humanos antes de
tomar la carne, según le plugo en apariencia de criatura, pero no como Él es" (Comentario a Juan 53, 12).
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