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Inevitables un paseo nocturno por el
Madrid iluminado, por el mercadillo navideño de la Plaza Mayor, por alguno de
esos lugares donde se instala un Belén monumental, asistir a un concierto, comprar
un cucurucho de castañas asadas…Cada uno puede hacer su itinerario de acuerdo
con criterios distintos.
Tareas inevitables pero insuficientes,
porque a la celebración del Adviento hay que añadirle una página de lectura
bíblica –el contacto con la Palabra de Dios alimenta nuestro espíritu–, dedicar
más tiempo a la oración, participar en la Eucaristía del domingo, no dejar
pasar la fiesta de la Inmaculada sin una mirada tierna hacia María –mujer
derroche de fe–, echar un vistazo al corazón y preguntarse si hay en él una
plaza para Jesús o lo tenemos saturado de frivolidades que hinchan pero no
llenan, abrir el monedero y, una mañana o una tarde, renunciar a cualquier
capricho a favor de los necesitados, hacer una lista de gestos de paz, de
servicio o de disponibilidad que tengo
que incorporar a mi vida …
Y como estamos en el” Año de la fe”, a
ver qué se nos ocurre para hacer un poco de gimnasia espiritual y aumente la
talla de nuestra fe. Hay demasiadas
personas perezosas en la fe o que su fe
es infecunda en obras y muda en palabras. Una fe sincera es una fe elocuente,
escribe san Agustín: “Aquellos que al hablar no dicen lo que creen, no creen
perfectamente” (Comentarios a los Salmos
115, 2) Otra idea recurrente de san Agustín es la unión entre la fe, la
esperanza y el amor: “Que vuestra fe vaya acompañada del amor, pues no podéis
tener amor sin fe” (Sermón 90, 8).
Vivir el Adviento es crear las
condiciones para el encuentro con Dios
y tomar la decisión de vivir al aire del
Evangelio.
P. Santiago
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