sábado, 1 de diciembre de 2012

El Adviento, prólogo de la Navidad


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Ya se nota en nuestras  calles y en los escaparates de los comercios la proximidad de la Navidad. A pesar de la austeridad provocada por la grave crisis económica que vive nuestra sociedad, las ciudades se visten de luz y de color. El sector comercial estira su imaginación para promover el consumo. A veces, la Navidad no tiene nada que ver con un acontecimiento interior porque no pasa por el corazón y se queda en gastronomía, espumillones y matasuegras. Es la Navidad bullanguera y  volcada en ritos sociales que va de la mano del reclamo de los grandes almacenes.
Existe otra Navidad, desde luego, menos ruidosa, más íntima, más austera y entrañable. Hoy conviven y se entremezclan la Navidad alejada de todo significado religioso y la Navidad cristiana. La Navidad cristiana tiene su prólogo preparatorio que recibe el nombre de Adviento. La palabra latina adventus –va a resultar que el latín es una llave que abre muchos misterios del lenguaje– significa venida. Estamos ante la conmemoración de una venida singular que hay que celebrar con gozo profundo.
La llegada de una persona querida se espera con ilusión y provoca un borbotón de sentimientos: impaciencia, alegría, esperanza…Mucho más cuando se lee la Navidad  con los ojos de la fe y se hace memoria de la presencia de Jesús, Dios– con–nosotros. 
Sería una lástima que la Navidad se celebrara en la calle y no dentro de cada uno; que la música no fuera acompañada del silencio;  que durante el tiempo de Adviento no esperásemos a nadie porque   –hinchados de autosuficiencia– no sentimos la necesidad de la  salvación que nos trae Jesús.
Bienvenido el Adviento que nos invita a iniciar un camino interior que nos lleva a contemplar el misterio de un Dios hecho hombre a quien no le resulta indiferente nuestra vida.

P. Santiago

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