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Ya se nota en
nuestras calles y en los escaparates de
los comercios la proximidad de la Navidad. A pesar de la austeridad provocada
por la grave crisis económica que vive nuestra sociedad, las ciudades se visten
de luz y de color. El sector comercial estira su imaginación para promover el
consumo. A veces, la Navidad no tiene nada que ver con un acontecimiento
interior porque no pasa por el corazón y se queda en gastronomía, espumillones
y matasuegras. Es la Navidad bullanguera y
volcada en ritos sociales que va de la mano del reclamo de los grandes
almacenes.
Existe otra Navidad,
desde luego, menos ruidosa, más íntima, más austera y entrañable. Hoy conviven
y se entremezclan la Navidad alejada de todo significado religioso y la Navidad
cristiana. La Navidad cristiana tiene su prólogo preparatorio que recibe el nombre
de Adviento. La palabra latina adventus –va a resultar que el latín es una
llave que abre muchos misterios del lenguaje– significa venida. Estamos ante la
conmemoración de una venida singular que hay que celebrar con gozo profundo.
La llegada de una
persona querida se espera con ilusión y provoca un borbotón de sentimientos:
impaciencia, alegría, esperanza…Mucho más cuando se lee la Navidad con los ojos de la fe y se hace memoria de la
presencia de Jesús, Dios– con–nosotros.
Sería una lástima que
la Navidad se celebrara en la calle y no dentro de cada uno; que la música no
fuera acompañada del silencio; que
durante el tiempo de Adviento no esperásemos a nadie porque –hinchados de autosuficiencia– no sentimos
la necesidad de la salvación que nos
trae Jesús.
Bienvenido el Adviento
que nos invita a iniciar un camino interior que nos lleva a contemplar el
misterio de un Dios hecho hombre a quien no le resulta indiferente nuestra
vida.
P. Santiago
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