lunes, 19 de noviembre de 2012

Vivir repartiendo sonrisas


                                                                  25 líneas

Emilio Aragón
Ha muerto Emilio Aragón. Por eso, si ahora –desde la carpa de la eternidad  que Dios tiene preparada para sus hijos–, “ nos preguntara Miliki “¿Cómo están ustedes?”, un coro de niños de todas las edades –niños de cuatro, ocho, treinta, cuarenta, setenta o más años–  responderíamos como si fuera una canción ensayada: “Tristes, muy tristes, porque te has  muerto”.
Emilio Aragón dedicó toda su vida al noble oficio de  hacer felices a los demás. Con Gaby y Fofó se asomaba a la televisión con sus canciones y sus mensajes, limpios como agua de montaña, que hablaban de paz, de felicidad, de ayudarse los unos a los otros. Nunca una palabra de esas que manchan a quienes  las pronuncian y producen una herida a  quienes las escuchan.  El suyo no era el humor del tortazo sino del tartazo y de la caída ruidosa  por tropezar con sus inmensos zapatos. Todas las historias, a pesar de los gritos de la chiquillería, terminaban bien porque la música era el bálsamo que  sanaba los golpes y unía las voces en una misma canción.
Sobre su tumba, se podría colocar como epitafio: “Emilio Aragón repartidor de sonrisas y embajador de la alegría”. Sonrisas de luz que iluminaron la enfermedad  de tantos pequeños, aliviaron el dolor que se acumula en las plantas infantiles de los hospitales y  sirvieron de consuelo para tantas madres que velaron las lágrimas de sus hijos.
Las canciones de Emilio Aragón han sido bandadas de palomas blancas, nubes de algodón de un mundo fantástico, un arco iris que cruzaba el alma y la llenaba de esperanza, una lluvia de estrellas como regalo de cada programa.
Dios habrá tomado buena nota  de que los payasos han curado corazones solitarios lanzando besos desde la pista y se han pasado el tiempo  repartiendo el jarabe de la ilusión.

P, Santiago

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