lunes, 26 de noviembre de 2012

Noviembre, mes de Todos los Santos


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Se insiste en el recuerdo de los difuntos y nos olvidamos que noviembre comienza con la fiesta de TODOS LOS SANTOS. Los santos no son esas tallas de madera o de escayola, muy desiguales en cuanto a su valor artístico, que podemos encontrar en el interior de un templo. Tampoco la lista de nombres  – ¡y vaya nombres!– que aparecen en las hojas del taco del calendario. Frecuentemente los hemos vestido con un ropaje de leyendas y hechos prodigiosos que, al final, los convierte en seres extraños y hasta  inhumanos. Con lo bueno  que es tener un santo amigo cercano, de carne y hueso, enredado con sus dudas y sus miedos…
Celebrar “todos los santos” es recordar en una misma fecha lo mejor de nuestra humanidad. Hombres y mujeres que –a pesar de sus tumbos y sus errores– supieron mantener en alto el ideal de una humanidad digna, solidaria, fraterna. Lo hicieron porque creyeron en el proyecto de Dios sobre la creación. Abrazaron este mundo con un inmenso cariño e intentaron  hacerlo mejor llenando las veinticuatro horas del día de gestos de trabajo bien hecho, de compasión y mirada tierna hacia los más débiles, de ayuda incondicional en beneficio de los desprotegidos. Los santos pretendieron vivir como Jesús vivió y la vida de Jesús –en vez de ser una escapatoria de la realidad– invita a mejorar esta tierra nuestra que, a veces, resulta tan dura y tan poco habitable.
El día de todos los santos es una buena fecha para recordar a esas personas que nos han enseñado a vivir  desde la sencillez y  el ejemplo callado. Santos anónimos, sin corona y sin peana, pero  que aportan un brillo especial a nuestra familia humana. ¿Es que no tropezaron con ninguna de las aristas que presenta el acontecer diario? Seguro que sí. Su fortaleza de espíritu, su esperanza a toda prueba y su amor sin límites ni fronteras, arrancaba de la hondura de sus convicciones morales. Cuando alguien limpia su corazón de divisiones y egoísmos y pretende vivir descaradamente el mandamiento del amor, sitúa su vida en el corazón del Evangelio y está labrando algo tan sencillo y extraordinario como es la propia  santidad.

P. Santiago

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