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La muerte no respeta edades y puede sorprendernos
hasta como un número no programado de
una fiesta juvenil. Entonces reviste
caracteres de tragedia y se buscan razones y responsabilidades. Un periodista
escribía a raíz del fallecimiento de Cristina, Rocío, Katia y Belén: “Ante una avalancha durante una
multitudinaria fiesta a ritmo de alcohol, pirulas y petardeo techno, sentí
dolor, zozobra, congoja, rabia… pero ninguna sorpresa”.
Así se pretende simplificar un hecho luctuoso que,
además de servir para tirarse unos a otros cuatro cadáveres a la cara, algunos
han aprovechado para pontificar que “la juventud español sobrevive a sus
carencias entre borracheras, juergas y ausencia de auténticos compromisos”.
No es verdad que la noche de Halloween sea una
parábola de los jóvenes contemporáneos y –como en otras ocasiones– los incidentes de los jóvenes dejan al
descubierto la falta de sensatez de muchos adultos que se muestran incapaces de
una reflexión serena y eligen el camino corto de la generalización diciendo que
“existe una gran cantidad de jóvenes que solo sabe divertirse en el desparrame
y que ignoran cualquier principio
ético”.
La sociedad actual está necesitada de adultos
responsables que ejerzan de padres, madres, educadores…Maestros creíbles desde
la persuasión de su vida y de sus gestos, mujeres y hombres de convicciones y
fidelidades, alejados de cualquier discurso arrogante, compañeros de camino que
muestran una existencia realizada, un sentido religioso que es mucho más que un simple residuo
supersticioso o una mezcla de magia y fanatismo…Esta raza de personas es capaz
de iluminar el oscuro camino por donde hoy se ven obligados a transitar los
jóvenes y de interpretar –sin aspavientos
ni hipocresía– lo que nunca debió
ocurrir la noche del 1 de noviembre. De lo contrario, nuestros jóvenes
deambularán en la fría soledad y la
noticia añadida a las cuatro irremediables muertes de cuatro jóvenes es que,
además de Madrid–Arena, en nuestra sociedad faltan modelos que ofrezcan
consistencia y hay demasiada arena.
P. Santiago
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