"Pide para ti y para todos, una mente sana, un espíritu sosegado y una vida llena de paz" (San Agustín)
jueves, 29 de noviembre de 2012
lunes, 26 de noviembre de 2012
Noviembre, mes de Todos los Santos
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Se insiste en el
recuerdo de los difuntos y nos olvidamos que noviembre comienza con la fiesta
de TODOS LOS SANTOS. Los santos no son esas tallas de madera o de escayola, muy
desiguales en cuanto a su valor artístico, que podemos encontrar en el interior
de un templo. Tampoco la lista de nombres
– ¡y vaya nombres!– que aparecen en las hojas del taco del calendario.
Frecuentemente los hemos vestido con un ropaje de leyendas y hechos prodigiosos
que, al final, los convierte en seres extraños y hasta inhumanos. Con lo bueno que es tener un santo amigo cercano, de carne
y hueso, enredado con sus dudas y sus miedos…
Celebrar “todos los
santos” es recordar en una misma fecha lo mejor de nuestra humanidad. Hombres y
mujeres que –a pesar de sus tumbos y sus errores– supieron mantener en alto el
ideal de una humanidad digna, solidaria, fraterna. Lo hicieron porque creyeron
en el proyecto de Dios sobre la creación. Abrazaron este mundo con un inmenso
cariño e intentaron hacerlo mejor
llenando las veinticuatro horas del día de gestos de trabajo bien hecho, de
compasión y mirada tierna hacia los más débiles, de ayuda incondicional en
beneficio de los desprotegidos. Los santos pretendieron vivir como Jesús vivió
y la vida de Jesús –en vez de ser una escapatoria de la realidad– invita a
mejorar esta tierra nuestra que, a veces, resulta tan dura y tan poco
habitable.
El día de todos los
santos es una buena fecha para recordar a esas personas que nos han enseñado a
vivir desde la sencillez y el ejemplo callado. Santos anónimos, sin
corona y sin peana, pero que aportan un
brillo especial a nuestra familia humana. ¿Es que no tropezaron con ninguna de
las aristas que presenta el acontecer diario? Seguro que sí. Su fortaleza de
espíritu, su esperanza a toda prueba y su amor sin límites ni fronteras,
arrancaba de la hondura de sus convicciones morales. Cuando alguien limpia su
corazón de divisiones y egoísmos y pretende vivir descaradamente el mandamiento
del amor, sitúa su vida en el corazón del Evangelio y está labrando algo tan
sencillo y extraordinario como es la propia
santidad.
P. Santiago
sábado, 24 de noviembre de 2012
Mensaje de Benedicto XVI a los jóvenes del mundo
El Santo Padre Benedicto XVI nos ha enviado a todos los jóvenes del mundo, el tradicional mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud que acogerá Brasil el próximo verano.
El drama que no cesa
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Una cuarta persona ha
decidido acabar con su vida ante la llegada de los funcionarios judiciales que
se disponían a embargar su casa. Es un drama social que cada día amenaza a más
familias. Según parece, desde que estalló la crisis, han sido ejecutados entre
350.000 y 400.000 desahucios. Detrás de estas cifras estremecedoras, otras
tantas historias humanas de dolor, de fracaso y
de aturdimiento ante un futuro absolutamente desconocido. Comprar una
casa, instalarse en ella pensando en la habitación de los hijos o dónde
colocar el mueble recién restaurado
heredado de los abuelos, ha sido el sueño de muchas familias en tiempos de
bonanza económica.
El monstruo de la
crisis comenzó por cerrar fábricas y empresas, pero ahora ya se
ha llevado entre sus garras la vida de varias personas en distintos países.
Algo tan preocupante que hasta los políticos han decidido la paralización
temporal de los desahucios que afectan a las
familias más vulnerables.
Clama a gritos la
necesidad de un cambio de la ley actual
hipotecaria que, en vez de solucionar
problemas, los agranda y golpea todavía más a los afectados por situaciones de
precariedad.
En el organigrama
actual del gobierno español, junto a la
figura el Defensor del Pueblo –función que ahora desempeña una
mujer– habría que pensar en crear
el “Defensor del indefenso”. Entre
desahucios, participaciones preferentes que dejan en el desamparo a los pequeños
inversores y otras tropelías, llenaría
su agenda de trabajo.
Mientras, España
continúa trasnochando para ver la liga futbolística y las aceras se pueblan de
mendigos que reclaman ayuda con un vaso
de plástico en las manos.
Primero fue la pérdida
del trabajo, después del hogar y ahora de la vida…Ante el aumento de las tasas
de paro y de exclusión social y tantos hombres y mujeres que se hunden en el
pozo de la desesperación…¿qué puedo hacer yo?
P. Santiago
jueves, 22 de noviembre de 2012
Madrid-Arena...demasiada arena
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La muerte no respeta edades y puede sorprendernos
hasta como un número no programado de
una fiesta juvenil. Entonces reviste
caracteres de tragedia y se buscan razones y responsabilidades. Un periodista
escribía a raíz del fallecimiento de Cristina, Rocío, Katia y Belén: “Ante una avalancha durante una
multitudinaria fiesta a ritmo de alcohol, pirulas y petardeo techno, sentí
dolor, zozobra, congoja, rabia… pero ninguna sorpresa”.
Así se pretende simplificar un hecho luctuoso que,
además de servir para tirarse unos a otros cuatro cadáveres a la cara, algunos
han aprovechado para pontificar que “la juventud español sobrevive a sus
carencias entre borracheras, juergas y ausencia de auténticos compromisos”.
No es verdad que la noche de Halloween sea una
parábola de los jóvenes contemporáneos y –como en otras ocasiones– los incidentes de los jóvenes dejan al
descubierto la falta de sensatez de muchos adultos que se muestran incapaces de
una reflexión serena y eligen el camino corto de la generalización diciendo que
“existe una gran cantidad de jóvenes que solo sabe divertirse en el desparrame
y que ignoran cualquier principio
ético”.
La sociedad actual está necesitada de adultos
responsables que ejerzan de padres, madres, educadores…Maestros creíbles desde
la persuasión de su vida y de sus gestos, mujeres y hombres de convicciones y
fidelidades, alejados de cualquier discurso arrogante, compañeros de camino que
muestran una existencia realizada, un sentido religioso que es mucho más que un simple residuo
supersticioso o una mezcla de magia y fanatismo…Esta raza de personas es capaz
de iluminar el oscuro camino por donde hoy se ven obligados a transitar los
jóvenes y de interpretar –sin aspavientos
ni hipocresía– lo que nunca debió
ocurrir la noche del 1 de noviembre. De lo contrario, nuestros jóvenes
deambularán en la fría soledad y la
noticia añadida a las cuatro irremediables muertes de cuatro jóvenes es que,
además de Madrid–Arena, en nuestra sociedad faltan modelos que ofrezcan
consistencia y hay demasiada arena.
P. Santiago
lunes, 19 de noviembre de 2012
Vivir repartiendo sonrisas
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Emilio Aragón |
Ha muerto Emilio Aragón. Por eso, si ahora –desde la
carpa de la eternidad que Dios tiene
preparada para sus hijos–, “ nos preguntara Miliki “¿Cómo están ustedes?”, un
coro de niños de todas las edades –niños de cuatro, ocho, treinta, cuarenta,
setenta o más años– responderíamos como
si fuera una canción ensayada: “Tristes, muy tristes, porque te has muerto”.
Emilio Aragón dedicó toda su vida al noble oficio
de hacer felices a los demás. Con Gaby y
Fofó se asomaba a la televisión con sus canciones y sus mensajes, limpios como
agua de montaña, que hablaban de paz, de felicidad, de ayudarse los unos a los
otros. Nunca una palabra de esas que manchan a quienes las pronuncian y producen una herida a quienes las escuchan. El suyo no era el humor del tortazo sino del
tartazo y de la caída ruidosa por
tropezar con sus inmensos zapatos. Todas las historias, a pesar de los gritos
de la chiquillería, terminaban bien porque la música era el bálsamo que sanaba los golpes y unía las voces en una
misma canción.
Sobre su tumba, se podría colocar como epitafio:
“Emilio Aragón repartidor de sonrisas y embajador de la alegría”. Sonrisas de
luz que iluminaron la enfermedad de
tantos pequeños, aliviaron el dolor que se acumula en las plantas infantiles de
los hospitales y sirvieron de consuelo
para tantas madres que velaron las lágrimas de sus hijos.
Las canciones de Emilio Aragón han sido bandadas de
palomas blancas, nubes de algodón de un mundo fantástico, un arco iris que
cruzaba el alma y la llenaba de esperanza, una lluvia de estrellas como regalo
de cada programa.
Dios habrá tomado buena nota de que los payasos han curado corazones
solitarios lanzando besos desde la pista y se han pasado el tiempo repartiendo el jarabe de la ilusión.
P, Santiago
miércoles, 14 de noviembre de 2012
domingo, 11 de noviembre de 2012
Morir con 94 años de vida
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El álbum de la vida va sumando páginas y
coleccionamos las noticias de la muerte de personas muy queridas. Algunas de
ellas producen una herida íntima que supura dolor y cariño a partes iguales.
La muerte de la propia madre deja a uno sin llanto y sin palabras, sumido en un
doloroso sentir, en una especie de furia sosegada o de rebeldía serena.
Mi madre murió el pasado cinco de mayo.
Hasta su despedida, había coleccionado noventa y cuatro mayos sin ningún
traspié en la memoria y ninguna arruga en el rostro. Apenas algo de niebla en los ojos, aunque ahora ya
será capaz de leer la letra pequeña de la gloria.
¿Qué es la orfandad? La llaga de una
ausencia absolutamente irremplazable, la renuncia al beso más sabroso que se
puede recibir, la mano que, aunque rugosa y fría, te transmite vida y seguridad.
Las madres –vivas o muertas– velan por sus hijos todas las horas. En el
cielo ninguna madre cojea y hasta las espaldas más curvadas se enderezan para
mirar a Dios a la altura de su cara y a sus hijos – eternamente niños–
examinarles el corazón para ver si está
empapado por la tristeza y hay que bañarlo con un rocío de alegría.
Noventa y cuatro mayos volaron al
encuentro con Dios en un fugaz momento. El cuerpo viaja hacia la ciudad de los
cipreses y deja un vacío muy hondo, un
frío interior como la temperatura del mármol que cubre el polvo enamorado de
quien en la vida tuvo por tarea ininterrumpida amar. El espíritu ya camina por
los pasillos de la patria última que a todos nos espera, la ciudad santa en que
fuimos empadronados en nuestro bautismo. Un día, ese cuerpo ahora ceniza,
recuperará el frescor y la agilidad de la juventud, y comenzaremos a vivir de
otra manera –sin bastones ni audífonos ni dolores reumáticos– todos
unidos por las manos en un inmenso corro de hombres y mujeres plenamente
felices.
P. Santiago
viernes, 2 de noviembre de 2012
¡Qué solos se quedan los muertos!
25 líneas
“¡Dios mío, qué solos /
se quedan los muertos!”, exclama el poeta Gustavo Adolfo Bécquer. Noviembre es el mes de los
difuntos. Avanza ya el otoño a media luz, el sol calienta levemente la tierra,
la ventisca desnuda a los árboles y mece las hojas. La naturaleza parece
dormida mientras sobresalen las crestas de unas chimeneas humeantes.
El recuerdo de los
difuntos es un elemento presente en todas las culturas y sobran razones para
que el amor rebase los límites de la muerte. Solo mueren aquellas personas que
olvidamos. Para que el olvido no borre los nombres queridos, hay ritos y celebraciones de distinto significado. La semilla de
eternidad que llevamos dentro de nosotros mismos se subleva contra la muerte;
es la rebeldía de la vida, el deseo de superar cualquier adiós definitivo. Es
aquí donde la fe cristiana nos ofrece su luz para iluminar el enigma más grande de la vida humana.
La muerte es un tabú de
nuestro tiempo sobre el que no se piensa y tampoco se habla. En vez de mirar a
la vida y a la muerte con ojos bien despiertos, se prefiere dar la espalda a la
muerte como si no fuera posible ninguna respuesta o ninguna actitud positiva
ante un capítulo inevitable de nuestra propia existencia. La soluciónno es
negar la evidencia y, mucho menos, la desesperación. Tampoco podemos frivolizar
la muerte importando noches de brujas o
de difuntos con su ceremonial de disfraces, de casas encantadas y películas de
terror
¿Entonces? La esperanza
cristiana nos lleva a confiar en un
futuro último y definitivo que ahora no
podemos conocer ni imaginar. Futuro humano de nuevo encuentro con las personas
queridas en el que volveremos a vernos, escucharnos, abrazarnos, sin que nada
pueda ya romper los vínculos que nos han ayudado a ser felices. La resurrección nace de la
certeza de que algún día seremos recreados por Dios en la eternidad.
P. Santiago
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