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Habrá quien diga que las matemáticas y
la felicidad son incompatibles y otros pensarán que el comienzo de curso debe
estar libre de los enredos numéricos con
los que disfrutaban Pitágoras, Fermat y tantos otros hombres de ciencia. Es
todo más sencillo y se trata, simplemente, de sugerir una fórmula para que el
curso 2012–2013 –que todavía es como un niño balbuciente– sea para todos una
oportunidad de crecimiento y de satisfacción. El secreto está en sumar y
multiplicar y suprimir todo lo que signifique restar o dividir. Sumar y
multiplicar actitudes positivas de colaboración, de servicio y de ayuda, restar
todo egoísmo camuflado y, finalmente, borrar todo lo que signifique vivir
ignorándonos o dedicarse a buscar motivos para la contienda permanente.
Ser buena gente y querer a los demás
es rentable, como gozo personal profundo
y como modo de cruzar los pasillos de esta habitación nuestra que es la tierra
con la cabeza bien alta y las manos abiertas para ayudar a levantarse a quien
se ha caído a nuestro lado.
También hay hombres y mujeres que allí
donde aparecen, se convierten inmediatamente en una cuña que separa, van
levantando muros y le han puesto cerrojo al propio corazón. Son sembradores de
desconfianza instalados en el falso pedestal del orgullo y la arrogancia.
“Quien quiera ser el primero, que sea
el último de todos y el servidor de todos”, dijo Jesús a los discípulos que
discutían sobre quién era el más grande (Marcos
9, 35). La respuesta de Jesús no tiene que ver con mutilar las propias
posibilidades; significa que la verdadera grandeza consiste en servir. La
historia del curso –que ahora parece casi interminable– va a ofrecer mil
ocasiones para intercambiar momentos de escucha, gestos de confianza y detalles
de delicadeza. La suma total es el
valioso tesoro que podemos regalar a los demás.
P. Santiago
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