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Hay maneras
de crecer, de ir dando pasos en ese proceso personal de madurez que nos lleva a sentirnos artesanos de
nuestra vida y padres o madres de nuestros pensamientos y sentimientos.
Hacerse
hombre o mujer es mucho más que asistir pasivamente al descubrimiento de un
nuevo cuerpo que se va moldeando desde el funcionamiento de una sabia
maquinaria biológica. Hay personas que,
cuando descubren tener el milagro de la vida entre las manos, se sienten
invitados a participar en el proyecto más apasionante: crecer y llegar a la
plenitud de las propias posibilidades. Es una tarea larga y paciente que tiene algo de puzle donde hay que
encajar distintas piezas. Una de ellas,
la fe. Fe humana y fe religiosa. La falta de fe humana se traduce en
inseguridad, falta de autoestima, miedo crónico a tomar decisiones,
desconfianza…La falta de fe religiosa puede significar la huida ante las
preguntas más serias de la vida, no haber viajado nunca al propio mundo
interior, moverse en la superficie de los acontecimientos…Oscar Wilde escribió:
“Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso
es todo”.
Vivir
creyendo es una hermosa aventura. Creer es amar, confiar, sentirse amado por
Dios y por los demás.
“A veces
pienso que en el momento de nuestra muerte no es el discurrir de toda la vida
lo que veremos, como dicen, sino solo una pequeña parte: los gestos de amor
perdidos, la caricia no hecha, la comprensión no dada, esa inútil mala cara
mantenida demasiado tiempo, esa terquedad alimentada solo de sí misma”. Lo
escribe Susanna Tamaro en su última novela titulada Para siempre. Como en las mejores fábulas, la escritora italiana
nacida en Trieste trata los temas más
profundos con una extraña simplicidad.
P. Santiago
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