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Conservo dos ejemplares del famoso
librito de Erich Fromm titulado El arte
de amar, publicado por Ediciones Paidós. Están manoseados y uno de ellos
con las hojas sueltas por el uso. Desde hace algún tiempo, duermen en una
estantería de mi biblioteca. ¿Es que el amor ha dejado de ser arte o todos
somos autodidactas y es absolutamente innecesaria toda bibliografía?
En el prefacio, advierte el autor
alemán que la finalidad del libro es “demostrar
que el amor no es un sentimiento fácil para nadie, sea cual fuere el grado de
madurez alcanzado”. Lo dice un importante psicólogo, psicoanalista y pensador humanista. Algo de razón
hay que concederle porque los sucedáneos, las falsificaciones y los accidentes
en el amor alcanzan cifras preocupantes.
Una cosa es que el borbotón del amor
que surge desde el fondo de nosotros mismos esté llamado a ser un manantial inagotable, y otra que si ese espléndido caudal no entra
en un surco, en vez de fecundar puede producir una inundación.
Las facultades humanas más nobles –y
nadie discutirá que el amor ocupa un lugar de privilegio entre ellas– se
asemejan a las piedras preciosas en estado bruto que hay que pulir, cincelar, bruñir, refinar…Casi nadie,
sin embargo, piensa que hay algo que
aprender acerca del amor, subraya Erich Fromm.
Uno de los riesgos es la
simplificación y creer que se trata de una experiencia explosiva, una sensación
que exige romper inmediatamente todas las barreras, una atracción que reclama
exclusividad y relación física inmediata.
Otro riesgo es que –a pesar de
multiplicar las carantoñas– sea un amor vacío porque no integra generosidad,
paciencia, comprensión, sacrificio, perdón…Todo lo contrario al lema que Huxley
se atrevió a formular: “No dejes para
mañana lo que puedas disfrutar hoy”.
P. Santiago