25 líneas
Hay una juventud atlética que sale cada tarde a correr para desentumecer los músculos, hacer
una pausa en el estudio y mantener el cuerpo ágil. Hay otra juventud y otra
humanidad enclenque y enfermiza que jamás veremos en ninguna pista
polideportiva porque conviven minuto a minuto y día a día con la tremenda
realidad del desvalimiento físico o mental. Son los discapacitados, paralíticos
cerebrales, afectados por el síndrome de Down o cualquiera de esos enigmas médicos
que humillan a la ciencia porque solo
pueden ser catalogados como “enfermedades raras”.
El dolor es un misterio y hay que acercarse a él con
respeto y pudor utilizando las palabras
justas. Quizá 25 líneas sean excesivas porque el dolor propio hay que rumiarlo en
silencio y el dolor ajeno acompañarlo desde el amor. O tal vez insuficientes
porque detrás de un cuerpo retorcido como un árbol ya añoso se esconde, a
veces, un gigante en humanidad y un puñado de
palabras entrecortadas puede ser un magnífico himno a la vida.
La Semana Santa nos acerca a la pasión de Jesús que los
imagineros han plasmado en las tallas que desfilan en las procesiones de nuestras ciudades y pueblos. Junto a la
pasión de Jesús –hecho histórico que narran puntualmente los evangelistas– la pasión viva y actual de
tantos hombres y mujeres atados a una silla de ruedas, a la cama de un hospital,
o caminando babeantes y con los ojos abiertos de par en par por cualquier
acera.
¿Qué se puede hacer ante el gigante invencible del dolor?
Benedicto XVI lo ha dicho con hermosas palabras: “formar parte del tesoro de compasión que necesita el género humano”
(Cara encíclica Salvados en esperanza,
40).
P. Santiago
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