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El victimismo es algo así
como descansar voluntariamente sobre un suelo de espinas y convertir la vida en
un continuo lamento. Traducido de otro modo, elegir como himno personal el
“pobre de mí” que cantan los pamploneses con tono lastimero el día que terminan
las fiestas de San Fermín.
Cuando falleció Steve Jobs –el fundador de Apple–
conocimos algo más de su vida. Ya todos sabíamos que era uno de los
hombres más influyentes de nuestra época y que era el creador de lo que
hoy llamamos “sociedad de la
comunicación”. Ignorábamos –por lo menos yo– que, recién nacido, había sido
abandonado por sus padres biológicos y que creció adoptado por
una familia que le dio su apellido. Total que un bebé casi abandonado llegó a convertirse en una de las
grandes figuras de nuestro tiempo.
La Cuaresma nos invita a la conversión y la conversión nos abre las puertas a la posibilidad de
ser otros, de crecer por encima de nuestras limitaciones y carencias. Todo lo
contrario a encogernos de hombros y decir “yo soy así”, “no puedo más”…Con la
ventaja de que la conversión no es
apuntarse a una maratón con el riesgo de retirarse después del primer kilómetro
ni escalar en solitario el Everest. La conversión
es la respuesta a una cita: la cita de un Dios que nos habla en nuestro propio
mundo interior. Decía Antonio Machado que el hombre que habla consigo mismo
termina hablando con Dios. Detrás de unos minutos de silencio en la habitación rebobinando el día,
desmenuzando las pequeñas cosas vividas durante
la jornada, puede estar esperándonos Dios para darnos la buena
noticia de que siempre podemos ser más humanos, más amables y más felices.
Einstein
decía que “hacer una y otra vez lo mismo esperando respuestas diferentes, es
una locura”. Para que en nuestra vida se produzca la novedad de ser otros,
hay que sentirse creadores en vez
de victimas.
P. Santiago
P. Santiago
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