miércoles, 21 de marzo de 2012

El silencio estruendoso de Jesús en la cruz


                                                               25 líneas

Se pueden cruzar despreocupadamente los cuarenta días de la Cuaresma y pensar que es el tiempo del bacalao y de las torrijas, o entender que vamos subiendo –peldaño a peldaño hasta cuarenta–, hacia el gran misterio de nuestra fe: la resurrección de Jesucristo.
Hay un capítulo previo y necesario a la resurrección: la muerte. Para afirmar la resurrección no se necesita la fe porque es una evidencia cotidiana. Toda muerte, sin embargo, tiene su misterio y despierta un puñado de preguntas. Mucho más si quien pierde la vida es  alguien que, razonablemente, está en “edad de vivir”.
El escándalo de la muerte de Jesús es doble: Morir joven –poco más de treinta años– y morir en silencio. Un silencio, sin embargo, estruendoso. También aquí se podría hablar –como en la película de Roland Joffé– de “los gritos del silencio”. No es fácil entender una vida de Jesús tan breve, limitada a un escenario geográfico tan reducido y acompañada, aparentemente, de un fracaso tan rotundo. Por lo menos esa puede ser la conclusión de quien lea los evangelios con impaciencia. Hace falta pasar del prólogo al argumento, de las páginas introductorias al desenlace de la obra. El mensaje  de la historia de Jesús es el triunfo final del amor sobre el odio, la paz sobre la violencia, la Vida sobre cualquier forma de destrucción. Esta lectura de la muerte de Jesús es la clave para comprender tantos acontecimientos que nos parecen desconcertantes. Hay reveses que encierran lecciones convincentes para desentrañar la trama de la existencia humana y aprender cómo gestionar positivamente  todo ese mundo complejo de  nuestros desengaños y   frustraciones. Quien sabe que tras la noche llega la aurora, no se asusta de la oscuridad.  

P. Santiago

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