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Hay riachuelos de aguas cristalinas y otros de aguas cenagosas. El agua limpia permite ver el lecho del río, mientras que el agua turbia oculta el fondo. Así sucede también con las personas. La verdad es transparente y liberadora, lo dice Jesús: “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32).
En nuestras conversaciones con algunas personas surge inmediatamente la sensación de estar ante alguien que vive encerrado en un mundo infranqueable y desde la otra parte del muro responde con frases prefabricadas y evasivas. Es como una partida de frontenis donde todas las pelotas rebotan ante el muro que tenemos delante. Con otras, sin embargo, sucede lo contrario. Son personas que viven con las puertas abiertas, andan por el mundo sin escudo y facilitan el diálogo sin rodeos. La partida, en este caso, es de tenis, cada uno presta servicio alternativamente y la pelota va de un campo a otro, la palabra fluye por encima de cualquier red divisoria.
Se dice que en algunos países existe demasiada gente armada y, de vez en cuando, nos sorprende que en una escuela o en un supermercado suenen unos cuantos disparos que ocasionan muertes inocentes e inesperadas. Algunos gobiernos han procurado regular sensatamente la adquisición y el uso de armas para evitar estas noticias trágicas. De este modo, se controlan las armas, pero no las armaduras. Demasiada gente viste una armadura infranqueable para que nadie pueda penetrar en sus pensamientos, sus sentimientos, su mundo interior. Vivir detrás de una armadura no es fortaleza sino debilidad, esclavitud, miedo a la verdad, encubrimiento, a veces, de actitudes inconfesables.
Todos podemos ser un lago de aguas claras o un charco de agua embarrada; el agua limpia permite la vida, el agua enturbiada oculta, ordinariamente, toda clase de desechos.
P. Santiago
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