miércoles, 18 de junio de 2014

Sanitarios en un centro de urgencias

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Una expresión latina del escritor Plauto dice que “el hombre es un lobo para el hombre”. Como la literatura de doscientos años antes de Jesucristo nos queda a todos  muy lejos, un filósofo del siglo XVIII llamado Thomas Hobbes se encargó de repetirla para sentar la afirmación de que el egoísmo es una nota característica de la esencia humana. Lo peor es que la vida haga verdadera una frase escalofriante porque es todo un canto a la insolidaridad, la sospecha y la desconfianza. Cualquiera que piense así tendría que salir a la calle protegido con una coraza y con una lanza en la mano como los caballeros medievales.
Menos mal que sin el remite de ningún nombre famoso, hay otros dichos que hacen de réplica a Plauto y a Hobbes. “Piensa bien y acertarás”, “Haz bien y no mires a quién”, por ejemplo.
Hay escenas e imágenes con argumento diferente. Gestos de ayuda que rayan en el heroísmo y actitudes de violencia como si se tratara de ir dejando heridos en todas las aceras. Cuando son heridas físicas, el SAMUR se encarga de una primera cura y del traslado a un hospital si el caso es grave. ¿Y cuando nos son heridas físicas sino morales? ¿Quién se encarga de descubrir la carga de sufrimiento que alguien puede llevar en su interior como si una fiera estuviera royéndole las entrañas?
Hacen falta sanitarios que atiendan las urgencias de la convivencia, la soledad, el desamor, la ingratitud porque a estos hombres y mujeres que han recibido la visita del desencanto y la desesperanza no los recoge ninguna ambulancia y muchas veces su única compañía son las lágrimas. También hacen falta buceadores que ayuden a salir del pozo de la desesperación. La cifra de “parados” porque no se quieren alistar en estas dos “nuevas profesiones” supera, con mucho, los millones del paro laboral.

P. Santiago

sábado, 14 de junio de 2014

El orden multiplica la eficacia.

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Tiempo de exámenes, de tensiones y de nervios. La torre de apuntes ha crecido sobre la mesa sin casi darnos cuenta y en el calendario aparecen marcadas distintas fechas que son como pilotos encendidos que nos recuerdan la cita para dar cuenta de tal o cual asignatura. Si uno pudiera estiraría las horas para que  pasaran de veinticuatro a cuarenta.
Todas las actividades tienen sus leyes internas que hay que respetar y también el estudio exige unas estrategias determinadas. Cuando se trata del trabajo intelectual hablamos de metodología y requisito indispensable para rendir en el estudio es el orden. El orden es todo lo contrario a la galopada final, la improvisación que va unida al optimismo de ver unos temas y dejar otros porque la posibilidad de que no me pregunten nada de ellos es real, el aturdimiento que bloquea y paraliza,
A nadie le puede pillar desprevenido el examen final de cada una de las asignaturas porque no es una novedad de este curso y tampoco se puede hacer en un solo día el trabajo de  meses. Hay, por lo tanto, un ayer que –en la mayoría de los casos– ya es irrecuperable y no se ha inventado ninguna fórmula para solucionar en una semana la irresponsabilidad de un cuatrimestre.
Tampoco es cosa de meterse en la habitación o en la biblioteca, atarse a la silla y pensar que hay que batir  un record de tenacidad. El orden multiplica la eficacia significa que es toda la jornada y todas las actividades  las que hay que organizar sabiamente. Con pausas para el descanso, la visita al gimnasio, salir a correr, comer pausadamente, charlar con los demás…Todo lo contrario a enclaustrarse como si se tratara de hacer una experiencia monástica. Al final, pesa y duele la cabeza, se filtra el miedo y, además de los apuntes, el día del examen se lleva una tonelada de desconfianza bajo el brazo.

P. Santiago

domingo, 8 de junio de 2014

Solemnidad de Pentecostés


¡Ven, Espíritu Divino!
(Secuencia de Pentecostés)

Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo. 
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse 
y danos tu gozo eterno. Amén.

Vivir en la verdad

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Hay riachuelos de aguas cristalinas y otros de aguas cenagosas. El agua limpia permite ver el lecho del río, mientras que el agua turbia oculta el fondo. Así sucede también con las personas. La verdad es transparente y liberadora, lo dice Jesús: “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32).
En nuestras conversaciones con algunas personas  surge inmediatamente la sensación de estar ante alguien que vive encerrado en un mundo infranqueable y desde la otra parte del muro responde con frases prefabricadas y evasivas. Es como una partida de frontenis donde todas las pelotas rebotan ante el muro que tenemos delante. Con otras, sin embargo, sucede lo contrario. Son personas que viven con las puertas abiertas, andan por el mundo sin escudo y facilitan el diálogo sin rodeos. La partida, en este caso, es de tenis, cada uno presta servicio alternativamente y la pelota va de un campo a otro, la palabra fluye por encima de cualquier  red divisoria.
Se dice que en algunos países existe demasiada gente armada y, de vez en cuando, nos sorprende que  en una escuela o en un supermercado suenen unos cuantos disparos que ocasionan muertes inocentes e inesperadas. Algunos gobiernos han procurado regular sensatamente la adquisición y el uso de armas para evitar estas noticias trágicas. De este modo, se controlan las armas, pero no las armaduras. Demasiada gente viste una armadura infranqueable para que nadie pueda penetrar en sus pensamientos, sus sentimientos, su mundo interior. Vivir detrás de una armadura no es fortaleza sino debilidad, esclavitud, miedo a la verdad, encubrimiento, a veces, de actitudes inconfesables.
Todos podemos ser un lago de aguas claras o un charco de agua embarrada; el agua limpia permite la vida, el agua enturbiada oculta, ordinariamente, toda clase de desechos.

P. Santiago

jueves, 5 de junio de 2014

Hablemos de la amistad

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Con la amistad sucede como con  tantas otras realidades que el tiempo y  el uso pueden desvirtuar. Sobre todo si entendemos la amistad como una relación funcional que está sometida al ritmo de la necesidad. Cuando nos llaman o nos visitan algunas personas, inmediatamente pensamos: ¿qué necesitará de mí? Esta es la primera falsificación de la verdadera amistad: reducirla a términos de utilidad. Surgen así amistades intermitentes y ocultas que salen a la superficie como llamadas de socorro que se hacen en situaciones de emergencia. La sospecha de que mi teléfono  está al lado del  091 o del 112 convierte la amistad en una forma larvada de egoísmo.
También se desvirtúa la amistad si se  equipara a  complicidad hasta el punto de colocar la relación con el amigo o la amiga por delante de la verdad o del bien. La verdad puede aconsejar la reflexión compartida para evitar cualquier fracaso o la advertencia confidencial sobre el suelo peligroso donde está poniendo los pies la persona amiga. Como su vida le pertenece –pensamos a veces–  asisto impasible al deterioro de su imagen y hasta a la pérdida de su dignidad. Es una forma de respeto que encubre  crueldad e indiferencia. Que nadie se empeñe en hacer compatibles la indiferencia y la crueldad con la amistad, porque se distancian más que el día y la noche.
Amistad que no se cuida a través de la comunicación y amistad que no se interesa por el bien del amigo, es amistad adulterada, amañada según la conveniencia.
Parece claro que es necesario rescatar el don de la amistad en toda su grandeza y liberarla de cualquier significado tramposo. Hay que apostar por la limpia gratuidad de la amistad que es ajena a  intereses y compensaciones.    

P. Santiago