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Ramón Gómez de la Serna, conocido por sus greguerías, decía
que “aburrirse es besar a la muerte”. Por lo menos, el extremo opuesto a la
vida es la ausencia de proyectos, la sequía creativa, el sentirse espectador
que ve pasar delante de sus ojos el río de las noticias. No hay acontecimiento
más importante que la propia vida. El tiempo se puede malgastar en la pasividad, la melancolía o la tristeza indefinida que
nos roba la ilusión. Por eso hay que colocar los días y las horas sobre las palmas de las manos llenarlos de
proyectos, moldearlos como un barro amigo que nos permite construir una pequeña
obra de arte. Cada día es la posibilidad
que se nos da de decidir en libertad sobre nosotros mismos, sobre nuestra
relación con los demás y con Dios.
La vida como culto es la vida abierta a un Dios que nos
llama a la amistad y la plenitud. El Dios de la confianza, la misericordia y el
amor sin condiciones que se nos ha dado a conocer con un nombre, un rostro y una palabra:
Jesucristo.
La vida como cultura es privilegiar el pensamiento, la
razón, la curiosidad por conocer, la creación literaria o artística. Pensar
unos minutos diariamente es un ejercicio de libertad y de maduración personal.
Tener a mano un buen libro es sentir la
cercanía de un maestro.
La vida como cultivo es el cuidado que nos merecemos como
personas sin olvidar ninguna parcela de nuestra existencia. Somos un todo
unitario que no podemos trocear como si fuéramos las piezas de un muñeco
articulado. Cuidarnos es atender nuestra alimentación, nuestra higiene física y
mental, cuidar nuestros sentimientos, cuidar a nuestros amigos, preguntarnos al
final de cada día cuántas veces hemos dicho gracias porque puede ser un
termómetro que marque nuestra sensibilidad…
La vida como culto, cultura y cultivo es todo lo contrario a
vivirla como un entretenimiento continuado, una historia que se va escribiendo
sin argumento.
P. Santiago
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