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Quienes hemos hecho el Camino de Santiago – algo muy
recomendable para el cuerpo y para el espíritu–
sabemos que hay etapas incómodas por la
lluvia y otras en las que el sol aplasta por los campos de Castilla.
Galicia es verde, frondosa, y hasta la misma lengua melosa y zalamera que se
escucha en los pueblos suena a música que hace menos duro el tramo último hacia
Santiago.
Hay una experiencia vivida por la mayoría de los peregrinos
jacobeos. Cuando se llega al Monte do Gozo y se divisan las crestas románicas
de la catedral del apóstol, la mochila pierde peso y las piernas se sienten más
ligeras. Es como el náufrago que, después de nadar durante unas cuantas
jornadas, divisa la costa y sueña con hacer pie en la playa.
Algo parecido sucede con el curso que ahora concluye. Ya
están a la vista las fechas de los exámenes, cada uno ha señalado con un
círculo rojo algunos días en el calendario de mesa y el sueño de terminar se
convierte en un estímulo para esas horas de biblioteca delante de los libros y
los apuntes.
¡Ya se ve el final! Hay que estirar el esfuerzo y la
constancia, organizar el trabajo y el descanso, darse un chapuzón en la piscina
si el calor aprieta y mantener un grado
de serenidad y de equilibrio para no perder las riendas de la propia vida. Todo
menos vivir tensos y castigarse con pensamientos negativos. Una dosis diaria de
silencio y de reflexión puede ayudarnos a valorar en su justa medida nuestro
nerviosismo, nuestros enfados y nuestros
miedos para no fabricar problemas artificiales.
P. Santiago
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