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ALELUYA, según la Real Academia Española, se usa como
expresión o sinónimo de alegría. Es una palabra hebrea que significa Alabado
sea Dios. El último de los salmos, el salmo 150, dice: "¡Aleluya! Alabad a Dios
en su templo, alabadlo en su firme firmamento, alabadlo por sus obras
magníficas…Todo ser que alienta alabe al
Señor. ¡Aleluya!”.
Grito de alabanza y de júbilo que también aparece en otros
libros de la Biblia y que resuena con especial sonoridad cuando la Iglesia
celebra la solemnidad de la Resurrección
de Jesucristo. Que Jesús haya resucitado y esté vivo en medio de nosotros es
una noticia que ha permitido exclamar a la piedad popular: “Alegres como unas
Pascuas”. Las tres Pascuas –Navidad, Resurrección y Pentecostés– son un pregón
de alegría que llena la tierra entera.
Un obispo español que según su carné de identidad cuenta ya con
97 años, pero tiene un corazón joven, escribe: “El Señor no quiere seguidores
gruñones, ni malhumorados, ni entristecidos. No le gustan las procesiones de
sauces llorones. No le agradan las letanías de resentidos. No quiere hermanos
de la Cofradía del Perpetuo Suspiro. Los cristianos hemos recibido en el
Bautismo la consigna de servir al Señor con alegría; el mal humor no es un buen
conductor de la Buena Noticia del Evangelio”.
Federico Nietzsche
lanzaba una crítica afilada a los cristianos diciendo: “Los cristianos
no tenéis cara de resucitados”. Y el escritor estadounidense Julien Green,
cuando la idea de la conversión comenzaba a rondarle la cabeza, solía colocarse
a la puerta de las iglesias para ver los rostros de los que salían del templo y pensaba: "Si ahí se encuentran con
Dios y ahí asisten a la muerte y resurrección de Jesucristo, tendrían que salir
con rostros alegres, serenos, luminosos. Y se preguntaba: ¿dónde dejaron la
alegría de la Pascua?”.
P. Santiago
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