miércoles, 24 de abril de 2013

24 de abril: Fiesta de la Conversión de San Agustín


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El 24 de abril celebra la Iglesia la fiesta de la conversión de san Agustín. No es la fecha de  publicación de uno de sus libros y tampoco de algún acontecimiento singular  de su vida. Es el recuerdo de la obra que Dios hizo en su vida.
Ante la galería de los santos uno se queda asombrado por su talla espiritual –a veces también intelectual–  y la distancia de los siglos es otra barrera que parece distanciarnos.  No ocurre así con san Agustín que despierta una extraña cercanía. Es el hombre próximo, el pensador siempre apegado a cuestiones vitales, el santo que presenta una biografía con los claroscuros propios de la condición humana. Una vida llena, tensa  e intensa, con hambre de verdad, de belleza y de amor. Manuel Machado lo definió como “el amigo santo y el santo amigo”. Un amigo santo, nos obliga a la certeza de que Dios y el amor son, al fin, más fuertes que todos los poderes y todas las mezquindades humanas. Un santo amigo, es alguien vecino que  permitió a Dios labrase la tierra de su vida y, a partir de ese momento, se tomó en serio el gozoso y dramático oficio de ser hombre siguiendo a Jesucristo.
Como pensador, estiró la razón para desentrañar las preguntas que a todos inquietan y utilizó esa misma razón para conocer a Dios y escrutar los fundamentos de la fe. Después de un tiempo azaroso de búsqueda, Dios salió a su encuentro y fue bautizado (387) por Ambrosio, obispo de Milán. Fue ordenado primero  sacerdote (391) y más tarde, obispo (395) para regir la diócesis de Hipona.
Agustín es el creyente de la fe buscada, pensada, cultivada, celebrada, expresada. Que sea el Padre de la Iglesia más citado en el Vaticano II puede ser un indicador de su actualidad. Por eso el título de “el primer hombre moderno” no es  gratuito.

P. Santiago

domingo, 14 de abril de 2013

Alegres como unas pascuas


                                                                    25 líneas

ALELUYA, según la Real Academia Española, se usa como expresión o sinónimo de alegría. Es una palabra hebrea que significa Alabado sea Dios. El último de los salmos, el salmo 150, dice: "¡Aleluya! Alabad a Dios en su templo, alabadlo en su firme firmamento, alabadlo por sus obras magníficas…Todo ser que alienta alabe  al Señor. ¡Aleluya!”.
Grito de alabanza y de júbilo que también aparece en otros libros de la Biblia y que resuena con especial sonoridad cuando la Iglesia celebra la solemnidad de  la Resurrección de Jesucristo. Que Jesús haya resucitado y esté vivo en medio de nosotros es una noticia que ha permitido exclamar a la piedad popular: “Alegres como unas Pascuas”. Las tres Pascuas –Navidad, Resurrección y Pentecostés– son un pregón de alegría que llena la tierra entera.  
Un obispo español que según su carné de identidad cuenta ya con 97 años, pero tiene un corazón joven, escribe: “El Señor no quiere seguidores gruñones, ni malhumorados, ni entristecidos. No le gustan las procesiones de sauces llorones. No le agradan las letanías de resentidos. No quiere hermanos de la Cofradía del Perpetuo Suspiro. Los cristianos hemos recibido en el Bautismo la consigna de servir al Señor con alegría; el mal humor no es un buen conductor de la Buena Noticia del Evangelio”.
Federico Nietzsche  lanzaba una crítica afilada a los cristianos diciendo: “Los cristianos no tenéis cara de resucitados”. Y el escritor estadounidense Julien Green, cuando la idea de la conversión comenzaba a rondarle la cabeza, solía colocarse a la puerta de las iglesias para ver los rostros de los que salían del templo  y pensaba: "Si ahí se encuentran con Dios y ahí asisten a la muerte y resurrección de Jesucristo, tendrían que salir con rostros alegres, serenos, luminosos. Y se preguntaba: ¿dónde dejaron la alegría de la Pascua?”.

P. Santiago

domingo, 7 de abril de 2013

la historia completa


                                                                 25 líneas

Hay quienes censuran la historia y recortan las páginas que les resultan poco ejemplares o las que pueden ser un tanto comprometedoras. El fraude es mucho mayor cuando se omiten hechos o capítulos fundamentales de una biografía.
Algo de esto puede suceder con la figura de Jesús de Nazaret. La Pascua es un himno de esperanza con  su  música de aleluyas y un mensaje de paz y de alegría que es bálsamo que todos recibimos con el alma abierta. Olvidamos, sin embargo, que a la Pascua le preceden la tragedia del Viernes santo y la soledad del Sábado. Es fácil identificarse con la victoria sobre la muerte, pero intentando borrar el dolor, el contratiempo inesperado, el fracaso que rompe todos nuestros cálculos.  El sufrimiento es una cátedra de humanidad en la que nos matriculamos el día de nuestro nacimiento. Antes que aprender a hablar o a reír, rompemos a llorar como si hubiéramos ensayado el arte de las lágrimas durante los meses de gestación en el seno de nuestras madres. Y si algo hay que evitar es el sufrimiento estéril que es como un torrente de agua impetuosa que anega los campos y pudre los cultivos, en vez de ser un elemento de fecundidad y una garantía de cosecha abundante.
No se puede pasar por alto que el resucitado es el crucificado. El desenlace final de júbilo y de triunfo tiene su prólogo de sombras y de sangre. Así es la vida, con su trenza de risas y de llanto, un largo camino de pasos, a veces  lentos  y torpes, una  cadena de honras humanas que se desmenuzan como arena. Así, hasta que lleguemos a la cumbre y al encuentro con el Dios de nuestra fe que nos espera en la plaza mayor de su reino, después de haber cruzado sendas estrechas y sentir la sed vital de verdad, de luz y de amor infinitos.

P. Santiago