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Creíamos en julio que teníamos a la vista dos largos meses en blanco para disfrutar del descanso, y en un abrir y cerrar de libros se han pasado las vacaciones. Con un sol inclemente durante todo el verano, solo amortiguado por las imágenes refrescantes de los nadadores batiendo marcas en las aguas olímpicas inglesas.
Otra vez el curso. Los pequeños disfrutan con su mochila nueva, el chándal, el reencuentro con los amigos y la presencia de un profesor o una “Seño” desconocida en el aula.
El argumento de la vida universitaria es más denso, todo tiene otro significado. No falta una dosis de novedad y de ilusión, pero sin olvidar que, desde los primeros días, se intuye la dificultad de unas asignaturas que obligan a un esfuerzo diario y ese miedo que se nos va metiendo en los huesos porque los años van abriéndonos los ojos a una realidad dura y a unos problemas gigantes que, a veces, tenemos la sensación de que nos desbordan.
A pesar de todo, hay que decir con Roberto Benigni que “la vida es bella” y que “se hace camino al amar”. Amarse uno a sí mismo, tener un corazón con plazas disponibles para acoger, sonreír, encontrar sentido al madrugón mañanero, entender que la Facultad o la Escuela son el taller de trabajo donde se construye el futuro profesional, cubrir la distancia de la familia con el recuerdo y alguna llamada telefónica empapada de cariño, dedicar cada noche unos minutos a leer pausadamente el relato de todo lo vivido para conocerse, aceptarse y superarse. Sin olvidar que si el cuidado del propio cuerpo puede aconsejar el paso por el gimnasio, también hay que preocuparse de crecer por dentro. Por eso –además del gimnasio– el Colegio ofrece una capilla donde Alguien que nos ama exageradamente, nos espera y nos escucha siempre. ¡Feliz curso a todos!
P. Santiago
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