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Ya estamos en julio y julio y
agosto son sinónimo de vacaciones. Por lo menos para los
estudiantes. Tiempo de descanso, de cambio de escenario y de
convivencia familiar. Cada uno elabora su programa para oxigenar el
cuerpo y la mente. No hace falta recorrer kilómetros hasta la
extenuación, visitar no sé cuántos países o sumar horas
incontables de sol y playa. Las cosas más sencillas también pueden
proporcionar reposo y ayudarnos a crecer sin darnos cuenta. Una buena
película –con o sin palomitas– un helado a tiempo, un concierto
o un par de libros a mano como desafío formativo…La Universidad
pasa a segundo plano y hasta septiembre no se produce el reencuentro,
pero es importante mantener vivo el deseo de aprender. Como es
imposible asomarnos a todo lo desconocido y veinticuatro horas no dan
para más, tampoco hay que vivir las vacaciones a un ritmo
trepidante.
¿Qué tal si nos dedicamos
más tiempo a nosotros mismos? Hay una actividad que algunas personas
–me atrevería a decir que muchas– ignoran y es específicamente
humana: pensar. En una hamaca, bajo una sombra, al borde de una
piscina, en un asiento del tren o del autobús, en cualquier lugar es
posible pensar y alimentar nuestro mundo interior, pasear por los
pasillos más íntimos de nuestra vida.
Además de “Cerrado por
vacaciones” habría que poner el cartel de “Cerrado por obras”.
Andan una de esas personas creativas que hay en el mundo soñando con
otro formato de página, nueva cabecera y nuevas secciones. Ya se
sabe, renovarse o morir y la opción es clara: vivir y hacerlo de
forma digna y feliz.
Buen verano, buenas lecturas,
buenos atardeceres, buenos encuentros, buenos viajes, buenas
vacaciones nos dé Dios.
P. Santiago